AFP. Dimitri Bobkov intenta seguir el ritmo de un merengue que suena en una gasolinera en Margarita, una isla de Venezuela que visita por primera vez como miles de rusos que encontraron en este país un paraíso lejos de la guerra de Ucrania.
Bobkov estalla de risa cuando sus guías turísticos venezolanos lo animan a bailar en «trencito».
«Tuve suerte de celebrar mi cumpleaños aquí en Venezuela, lo cual fue muy inesperado y placentero», dice a la AFP este profesor universitario de 31 años, que llegó hace 10 días. «Aquí me gusta la gente, la comida, la naturaleza, el clima. Yo creo que a lo mejor en otra vida estuve en Venezuela».
Dimitri aprovechó la conexión directa de la aerolínea rusa Norwind entre Moscú y Margarita, como parte de un convenio entre estos países aliados.
La ruta fue reactivada el 2 de octubre tras una interrupción de siete meses debido a la invasión rusa de Ucrania.
«Bienvenidos» escrito en ruso se lee en la pista de aterrizaje del aeropuerto internacional de Margarita, donde casi 3.000 turistas de Rusia han llegado en los últimos dos meses, convirtiéndose en el principal mercado de esta isla que antaño fue referencia turística en El Caribe.
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Viajes limitados
Tras la invasión de Ucrania, iniciada hace nueve meses, los rusos tienen limitaciones para viajar. Incluso la conexión con Venezuela tuvo que ser modificada para evitar sobrevolar el espacio aéreo restringido por las sanciones de Estados Unidos, Europa y Canadá.
«De lejos, lo más difícil es una guerra», apunta Ekaterina Dolgova, una vendedora de insumos médicos de 39 años, que sostiene no obstante que si bien las medidas punitivas en contra de su país traen «dificultades», «decir que es una pesadilla y un horror, no».
Ekaterina es una excepción dentro del grueso de turistas en Margarita que evitan por completo hablar del conflicto armado por miedo a meterse en problemas. Los más férreos seguidores del presidente ruso, Vladimir Putin, sostienen que al mandatario «todo le sale bien»… pero igual optan por no declarar.
«Te amo Venezuela»
Ekaterina eligió Venezuela por recomendación de su hermana que trabaja en el sector turístico. «No hay muchos destinos disponibles para Rusia en este momento (…), es difícil encontrar sitios para vacacionar».
Entre sus opciones estaba Egipto, un país que ha visitado dos veces, pero decidió descartarlo porque el trato hacia los rusos «ha cambiado» tras la invasión y ya «no es cómodo».
Margarita se ha convertido en un destino atractivo por la conexión directa –14 horas de vuelo– y porque es más accesible: es más «barato» por ejemplo que ir a Sochi, un complejo turístico de verano en el sur de Rusia, cuenta Sergei Katch, que pagó más de 3.500 dólares por un paquete de 12 días.
Su esposa Irina, de 50 años, está impresionada con los cactus y los pelícanos, así como por el mar turquesa y la arena blanca. «Qué colores brillantes», expresa durante un paseo en jeep tipo safari a un área despoblada de Margarita, cargada de esta vegetación árida, lejos de los grandes hoteles. No para de tomar fotos.
El recorrido forma parte del paquete turístico que adquirieron en una agencia rusa que opera en alianza con otra de Venezuela. Allí está Dimitri, así como Sergei, que aprendió a decir «te amo Venezuela» en español, un idioma que, como la mayoría de rusos, no domina.
Tampoco el inglés y para comunicarse se ayuda principalmente con un traductor del celular. El guía del paseo habla ruso y en cada estación va contando la historia de los cerros, montañas y playas de esta área.
Otro guía les sirve, mientras, un ron venezolano.
«Regateadores»
Los turistas rusos se hospedan normalmente en hoteles que incluyen los servicios de alimentación, muchos de ellos volcados a «rusificar» sus servicios, con avisos en ruso y al menos un intérprete. Normalmente no salen sin un guía para evitar ser blanco de la delincuencia.
El auge de este turismo ha tenido un impacto «directo» en la economía de Margarita, explica Viviana Vethencourt, presidenta de la Cámara de Turismo del estado Nueva Esparta, que abarca esta y otras dos islas. No hay estadísticas, pero asegura que se comienza a ver «mejorías».
Nacarid, una comerciante de bisutería y ropa de playa, intenta negociar con un ruso, que con señas le pide que le rebaje el precio a la mitad. Perdió la venta: «Son muy regateadores», se queja.
Con todo, acepta, «sí se vende, no tanto como antes», en la era de oro de la isla, colmada por turismo europeo y norteamericano, luego espantado por años de crisis económica y política.
Turismo «arma secreta»
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ve el turismo como «el arma secreta» de la economía, que muestra tímidos signos de recuperación tras años de recesión e hiperinflación, y suscribió con Rusia, un fuerte aliado, un convenio para recibir a unos 100.000 turistas hasta el 31 de diciembre.
Los paquetes incluyen opciones para visitar también el Parque Nacional Canaima, con la caída de agua más alta del mundo; la isla de Coche, también en Nueva Esparta; o Caracas, donde Dimitri por ejemplo fue al mausoleo del fallecido expresidente Hugo Chávez y jugó fútbol con niños en una barriada.
Quedó impresionado: «Probablemente permanecerá en mi memoria por el resto de mi vida».