Por Rodolfo Pastor Fasquelle. -También se ha informado que, en Londres, murió M. Ángel Ruiz Matute, artista del pincel que siguió –después de E. Padilla– el camino del abstracto expresionismo a la conciencia profunda de la devastación. No dirá nada el New York Times.
Pero cada quien escoge a sus héroes, también aquí hace frío y, en Tegucigalpa, hoy, asimismo, murió el ciudadano integro aun si cauteloso, adusto historiador y maestro, versátil escritor de cuentos y una novela de mérito y promotor de la cultura Marcos Carias Zapata. Deja devastados a quienes amó y lo amaron y con quienes formó familias. (Sus hijos e hijas profesionales íntegras y competentes, nietos, y muchos alumnos aprovechados.)
Y a quienes, sin ser agnados ni favoritos, alcanzamos a consolarnos alguna vez en el calor de su calma luz nos deja un poquito más solitarios que antes, en este Valle de lágrimas que a él también profundamente le dolía, como legado y patria compartida y traicionada. ¿De qué murió? ¡Acaso ya no tenía estomago para soportar tanta infamia!
Cualquiera puede ser cronista, historiador solo es quien piensa el dato. Como tal, Marcos Carias deja invaluables estudios de crítica de las fuentes, sobre los cronistas, por ejemplo, pero también obras creadoras.
Por encima de otras, su síntesis de la Historia de Honduras, en la cual, cuestionando las convenciones y los lugares comunes de nuestras cronologías, alcanzó a redescubrirnos continuidades olvidadas entre épocas discretas, de la Colonia tardía a la Independencia, de la Reforma al Cariato. Señaló el agotamiento del modelo pedagógico positivista, y el peligro y el reto que comporta. Usó la crítica útil, desprecio la otra
Como buen maestro, en público, siempre fue clemente con nuestros yerros, amable en la desesperanza de que rectificaríamos. Absteniéndose de ofuscaciones ideológicas y de apasionamientos partidarios. De repente reprobaba y reprobaría aquí la dureza con que trataré a sus compañeros de vagón, en el tren de la muerte del último mes de 2018.
No es que él fuera perfecto, impermeable a una vanidad, pero no hay pliego de acusación contra M. Carias Z. Concebidos en los ardores de primavera, muchos niños nacen en Navidad ¡Albricias! Pero también mueren a fin de año muchos sobrevivientes, inocentes y no. Quizás desde tiempos remotos, en que sucumbían al imperativo de desplazarse en invierno, contra tormentas polares y ventiscas.
El frío les hiela la tripa, y los congestiona, las gripas se les degradan en pulmonías y las articulaciones inflamadas les estorban cada paso. Hasta que empiezan a trastabillar con bastones y se cruzan sin atender señales, a cualquier hora. (Alguna vez me tocó chocar con uno, bolo y semi ciego.) Y a veces sin mucho aviso, el cúmulo de la mala conciencia los asalta de presto y golpe y se quedan como alelados, anhelando una absolución que no podrá llegar hasta después. Faltan otros.
Por ahora, en esta semana, han muerto (solo ellos y dios saben si para ir a mejor vida) el magnate don Rafael Ferrari de generales conocidas, ex Secretario de APROH, un estado en la tiniebla de 1979 1986. Y Roberto Suazo Córdoba, Presidente en esos años. A quienes, sin ánimo de exculpar, hay que aceptar que les tocaron malos tiempos. El clímax de la Guerra Fría en Centroamérica. ¿Culpas fueron del siglo? ¿No podíamos haberle dicho simplemente que NO a la guerra? ¿Acaso no se incubó ahí otra crisis del liberalismo que quizás Carlos Flores trae hoy aquí?
Se han proclamado y divulgado más extensamente los supuestos méritos y cantado las alabanzas, como empresario a Rafael Ferrari. A Rosuco se le ha dado un funeral de Estado, y con mayor razón con la que antes se lo dieron a sus antecesores Polo Paz, Melgar Castro y OLA, quienes tomaron el poder con el fusil sin la legitimidad de la democracia, de la cual todos se erigieron de inmediato como defensores, y todos dejaron el poder abrupta e ignominiosamente.
Aunque no es cierto que fuera esa democracia lo que dicen, ni que fuera el anti intelectual de Rosuco su autor fundamental, ni de la constitución a la cual refrendó e ignoró a su conveniencia. Ni a uno ni a los otros se les han hecho en público las deducciones de trámite, por miedo del sistema a su propia prosapia, a su origen oscuro violento y destino incierto.
No es que no tuvieran cada uno algún mérito y logro. Si no que todos, al fin y al cabo, erramos, y muchos no se ubican al final a la altura de su particular y personal reto de vida, sucumben a la codicia, a las ambiciones, al miedo y al oportunismo. No sé si era ese su caso ni si el sueño de los muertos es distinto del que me acosa cuando los recuerdo. Todo es relativo fuera del amor y la muerte.
No simpatizo con Rosuco, pero debo aceptar él llegó a la suprema jefatura del estado sin fraude, con los votos del pueblo, que no los del estado mayor o la embajada. Ejerció el mando con austeridad, sin robo craso. Y entregó voluntariamente la banda presidencial, al menos cuando ya no le quedó más remedio. No dejó paz, Partido, desarrollo ni prosperidad, pero al menos tampoco se llevó a su retiro ningún otro beneficio que el que le correspondía por ley y por misterio de la Virgen del Pasaporte.
Nunca se supo que tuviera palacio en el extranjero, no se rodeó de lujos, boato, protocolos ni de guardaespaldas y ayudantes de campo. (OLA, quien no invirtió más que balas, no devolvió ninguna parte de lo que recibió para derogar un impuesto. Y no llegó a tener únicamente varias de las mejores haciendas del país, asistidas por el Centro Nacional de Ganadería, sino que también acabó dueño de Banco Ficensa y de la aerolínea nacional TAN SAHSA.)
La historia es así, consigna datos concretos. Además de traicionar a la patria, el historiador que les dé la espalda u oculte los hechos pertinentes se traiciona a sí mismo, traiciona al oficio y a la musa, y a cada uno de sus maestros, compañeros y alumnos.
Me solidarizo con sus deudos que ninguna responsabilidad llevan. No temo a los vivos, no digamos a los muertos. Que descanse en paz cualquier alma suya que les sobreviva. Desconozco y habrá que esperar que muchas interioridades se descubran antes de pasar el juicio final de la historia, como sabia Marco, los otros son espurios, insustanciales, vacuos. Pero nada puede excusar las payasadas y las vulgaridades que quedaron en el registro. En todo caso el cura que pudo llegar a tiempo de salvarles el alma, no podrá redimir su conspiración criminal.
No merece honra, aunque fuera fúnebre, elogio ni defensa quien le hizo daño a Honduras. Toleró lo intolerable y condonó y alentó crímenes de estado. Ni piedad. ¡Prepárate tu sepulturero con sombrero de copa, capa negra y guante fino, a deshacer a tiempo tus entuertos!¡Sigues tú!