YORO. El ciudadano Gian Carlos García Castañeda, uno de los millones de afectados por las tormentas tropicales Eta e Iota en Honduras, contó a través de sus redes sociales cómo sufrió la inundación de su hogar, acontecimiento que calificó como uno de los más difíciles de su vida.
«He vivido momentos difíciles, sé que muchos también, pero este último episodio que he pasado junto a mí familia no se lo deseo a nadie. El huracán Eta, sin duda alguna, ha cambiado la vida de muchos. En mi humilde comunidad se empezó a sentir este fenómeno el martes 3 de noviembre», inició diciendo.
El día de la inundación, Gian Carlos salió junto a su mamá a comprar mercadería para su negocio y comida para la casa, pues querían estar preparados antes de la entrada de la tormenta a territorio nacional.
Intentaron mantenerse a salvo
De su lado, vecinos de la colonia Fátima y puente de Campo Amapa, tapaban las entradas con sacos de arena, para sí procurar que la comunidad no se inundara.
«Esa noche me puse botas y bajo la lluvia me fui a colaborar junto a los demás pobladores. Casi no dormí. Llegué en la madrugada a la casa y ya el miércoles el río seguía creciendo. La preocupación aumentaba y se andaba poniendo sacos en lugares que parecía que el agua ya cruzaba el bordo», recuerda él.
Aún así, los residentes se sentían confiados, pues nunca antes se había inundado. Sin embargo, por la noche, el bordo del río Ulúa rompió en la palmera que está frente a la colonia La Duarte.
«El jueves durante el día no llovió (…) pero el agua se estaba metiendo a La Duarte y ya también estaba llenando Naranjo Chino. Fue tanta el agua que el muro de sacos de arena terminó colapsando, y toda esa agua entró con fuerza al canal de alivio y se llevó el bordo que defendía a Campo Amapa y aldea La Victoria. Una pesadilla que no quiero volver a repetir«, agregó.
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LA NOCHE QUE EL AGUA HIZO DAÑO
Entonces, ese mismo día, un vecino gritó diciendo que los sacos no aguantaron. «En esos momentos uno debe de estar seguro de lo ocurrido, porque hay muchos que, pese a lo que se está pasando, andan bromeando o exageran las cosas», dijo.
Gian Carlos fue a corroborar la información que le dieron y, en efecto, era verdad. «Regresé a casa, y sin alarmar a mis familiares, les dije que se subieran al carro. Los llevé a un lugar alto del sector», cuenta.
Pero su papá se resistía a salir, «y se mostraba tranquilo. No quería dejar la casa porque temía que nos robaran todo lo del negocio». En su segundo viaje, Gian volvió por su padre y lo convenció de salir, sin embargo, «Cuando nos íbamos (…) el bordo rompió frente a nosotros y nos tocó quedarnos ahí, sin saber que minutos después rompería un poco atrás de donde ya antes lo había hecho».
Una larga noche
El joven y su padre se quedaron atrapados, «se venía una noche eterna», y los nervios aumentaban. «La zona donde estábamos ya no era tan segura por ser un pedazo de isla con correntadas de agua de frente, a la derecha e izquierda… ¡Una cosa de locos!»
Por si la experiencia no era ya demasiado traumática, Gian Carlos vio cómo el agua botó cinco casas. «La dueña de una acababa de sacar un préstamo para construirla, y entre la oscuridad y la angustia vivida, sólo veía cómo el agua se llevaba su humilde vivienda».
Rescate
El día viernes,» una lancha pudo entrar y se llevó a una familia». Otras personas decidieron subirse a «matas de plátanos» y utilizarlas como balsas: eran tres niños, tres mujeres y dos hombres. «La desesperación los hizo cometer tan grande locura. Lograron salir, pero cuentan que cuando ya estaban dentro del agua, se arrepintieron».
El sábado por la mañana llegaron más pobladores, dueños de lanchas, «y nos sacaron a todos», recordó Gian.
Pero la historia no termina ahí, pues cuando el agua bajó y volvieron a casa, «Nos damos cuenta que nos han llevado todo. En la pulpería de mi mamá solo quedaron los estantes vacíos. Entraron a los cuartos y escogieron la ropa. La que miraban mejor, se la llevaron. En fin, Eta e Iota nos golpearon muy fuerte», cerró.
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