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viernes, noviembre 22, 2024

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REDACCIÓN. La historia de la peluca nos demuestra, como el ser humano ha querido cuidar su imagen desde hace miles de años. La calvicie siempre ha existido y ningún hombre o mujer de buena posición podía permitirse mostrar su calva. En la Antigüedad, llegó a ser un auténtico producto de lujo.

Origen de la peluca

El uso de pelucas se remonta desde la época de los egipcios, pasando por Japón e incluso llegando a Grecia y Roma. Prohibida por la Iglesia por relacionarse con «actividades licenciosas». A partir de la caída del Imperio Romano su utilización fue decayendo con el tiempo, siendo rescatada nuevamente en el siglo XVI para compensar la calvicie.

El miedo a la calvicie es antiquísimo; hace cinco mil años ya se utilizaban lociones y tónicos capilares entre egipcios y babilonios a fin de evitarla.

Sin embargo, la calvicie fue un mal difícilmente evitable. Se llegaba a ella con facilidad por los materiales utilizados para teñir el cabello, por lo que cuando éste desaparecía, el único remedio era ponerse peluca.

Se han encontrado pelucas incluso sobre las cabezas de momias faraónicas que no querían emprender calvas el viaje a la eternidad. Paradójicamente las mujeres egipcias del entorno nobiliario y de la familia del faraón estaban obligadas a raparse la cabeza y poner pelucas ceremoniales sobre sus calvas.

Prenda ostentosa

Por lo general, se prefería la peluca rubia, símbolo de la lujuria: el color amarillo se identificaba con ramería y vida prostibularia.

En la Antigüedad, la peluca era un artículo de tan gran demanda que llegó a tener precio tasado. En todos los burdeles las había porque a las prostitutas les encantaba ponérselas para sorprender a sus clientes habituales.

Colección de pelucas

En el Renacimiento la peluca fue objeto decorativo. Isabel I, de Inglaterra tenía ochenta, según ella para no ser menos que su pariente María I Estuardo, reina de Escocia. La peluca estaba en todas las cabezas, incluso en la del filósofo Descartes, que dejándose ganar por la moda tenía una docena.

Del mismo modo, la emperatriz Faustina, esposa de Marco Aurelio (145), tenía ciento cincuenta pelucas de todas las clases y colores. También las divinidades, cuyas estatuas, generalmente pintadas, las lucían.

La peluca era signo externo de riqueza y con el tiempo lo fue también de preeminencia y estatus a pesar de las pegas que el cristianismo primitivo puso a este artículo, considerado como resto paganizante.


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