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jueves, noviembre 21, 2024

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Redacción. Las grandes ciudades como Londres, Toronto, Nueva York, Tokio, Las Vegas, entre otras, tienen algo en común y es que sus centros son muy similares por la cantidad de anuncios que hay en las edificaciones.

Pedro Torrijos León, un escritor, crítico cultural y arquitecto español, a través de Twitter explicó que la similitud de los centros de estas ciudades sería culpa de Walt Disney y de uno de los mafiosos más sanguinarios de la historia.

A continuación le presentamos la explicación y punto de vista de este escritor:

Benjamin Siegel no era un promotor, era un gánster. Uno de los más sanguinarios de la historia.

De hecho, en los años 20, junto a Meyer Lansky, Charlie «Lucky» Luciano y Frank Costello había formado «Murder, Incorporated», la organización mafiosa más peligrosa de la época.

Pero en los 40 quería ser un hombre de negocios legítimo. Un hombre legal. Pero también quería seguir siendo rico, así que aprovechó una serie de artilugios legales respecto al juego para transformar un pueblacho en medio de Nevada en la ciudad del dinero.

Las Vegas pasó de 8.000 habitantes en 1945 a más de 100.000 en 1960 y a más de 600.000 en la actualidad. Y eso contando solo con los habitantes censados que, en realidad, son los menos importantes.

Porque Las Vegas no es una ciudad para sus ciudadanos, es una ciudad para los turistas. Es un lugar donde todo es un anuncio. Hasta el cielo es un anuncio. Es la ciudad-anuncio perfecta.

Londres
Centro de Londres.

Tan perfecta que, en 1972, Robert Venturi, Denise Scott Brown y Steven Izenour escriben uno de los libros de arquitectura más importantes (y más clarificadores) de la historia: «Aprendiendo de Las Vegas».

En el libro, Venuri, Brown e Izenour se dan cuenta de que Las Vegas es una ciudad separada en dos caras perfectamente diferenciadas. Bueno, más bien en una cara y un culo: la cara son las fachadas de neones multicolores y los culos son los cientos de miles de aparcamientos.

Centro de Tokio
Centro de Tokio.

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Todo lo que brilla delante, es gris detrás. Es sencillo: Las Vegas no es una ciudad para «estar»; es una ciudad para «ir».

Y las fachadas brillantes no responden a los edificios ni a ninguna arquitectura ni a ningún urbanismo. Son solo cáscaras, reclamos para la gente que *va*.
Y ha funcionado. Ha funcionado tan bien que las ciudades han incorporado esa cáscara a muchas de las fachadas reales de sus edificios.

Pero otras veces solo es una tapa, un telón que tapa la arquitectura y, a la vez, se convierte en arquitectura. Pero eso pasa en solo unas pocas fachadas de las ciudades. La mayoría siguen siendo «normales», ¿no?» Pues sí y no. Y ahora es cuando el segundo protagonista de nuestra historia: Walter Elias Disney.

Bugsy Siegel nunca llegó a ver en lo que se convertiría Las Vegas porque se lo cargaron 6 meses después de inaugurar el Flamingo, pero el 17 de julio de 1955, Walt Disney inauguraba «el otro» lugar que ha dado forma a nuestras ciudades: Disneyland.

A diferencia de Las Vegas, donde está claro que la fachada es solo fachada, en las «calles» de los parques de Disney, las fachadas simulan ser arquitectura real, aunque sabemos que no lo es. Que solo es, efectivamente, una fachada.

Pero claro, esa arquitectura falsa que simula ser real de los parques temáticos es tan cuidada, tan limpia y tan perfecta (tanto que las calles de Disneyland se repinta cada noche), que las ciudades han querido, a su vez, convertirse en parques temáticos. En lugares perfectos.

En 1991, el profesor universitario Peter K. Fallon acuñaría el término disneyficación: el proceso según el cual un lugar real es desprovisto de su carácter original para ser sustituido por una versión higienizada y desinfectada del mismo. Es decir, por un decorado.

Centro de Toronto.
Centro de Toronto.

Y, al final, incluso las partes de nuestras ciudades que no son iguales a otras ciudades, acaban teniendo el mismo significado. Porque se han convertido en una especie de decorado. En un lugar para «ir», no para «estar».

Y claro que a todos nos gusta que nuestras ciudades estén limpias y estén cuidadas y sean bonitas. Y también las ciudades que visitamos porque, en realidad, el turismo es algo esencial para que la sociedad funcione (no nos engañemos, todos somos turistas).

Pero hay algo muy difícil de resolver: por mucho que lo intentemos, las ciudades no son perfectas. No son parques temáticos porque son mucho más grandes y mucho más complejas que un parque temático.

Un parque temático es un recinto controlable que solo funciona doce horas al día. Una ciudad no se para y no se puede controlar tanto (salvo en circunstancias dictatoriales, claro).

Pero hay algo incontrolable. Algo que está incluso a las puertas del «lugar más mágico de la tierra». La pobreza. La pobreza existe. Por mucho que la intentemos tapar, está ahí. Por mucho que higienicemos nuestras ciudades, está ahí.

Porque la solución a la pobreza, a la falta de casa (a la falta de arquitectura) es muy compleja, mucho más que limpiar o tapar o anunciar o iluminar.

Yo no sé cuál es, desde luego, pero sé que no es la «arquitectura hostil». Sé que no es impedir que duerman ni impedir que se tumben ni impedir que se sienten. Por muchas razones (también porque, al final, nadie tiene un lugar para *estar* en el espacio urbano de las ciudades).

Pero, sobre todo, porque creo que no podemos seguir viendo a nuestras ciudades solo como atracciones económicas (como simulacros de Las Vegas o de parques temáticos). Porque si hacemos esto, quizá acabemos pensando que lo que no nos dé dinero no debería existir.

En conclusión, la respuesta a la interrogante del titular es «Todos se han convertido en un gigantesco anuncio».

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