El cuerpo humano funciona como una máquina maravillosa compuesta por una gran cantidad de piezas que trabajan conjuntamente con gran precisión.
Pero además de ser una máquina perfecta, nuestro organismo es también increíblemente resistente y, gracias a su extraordinaria capacidad de adaptación (y a la medicina, claro), podemos vivir sin algunos órganos.
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Amígdalas y adenoides: primera línea de defensa
Las amígdalas son las dos masas de tejido que puedes ver a derecha e izquierda del fondo de tu garganta.
Las adenoides (o vegetaciones) están en la parte posterior de la nariz, por encima del paladar.
- Son parte del sistema linfático y nuestra primera defensa contra los gérmenes que entran por la boca o la nariz: contienen glóbulos blancos, encargados de eliminar virus y bacterias antes de que se extiendan por el cuerpo.
Su papel es más importante en los bebés y los niños pequeños pero, a medida que vamos desarrollando nuestro sistema de defensas, pierden importancia. Hasta el punto de que suelen encogerse después de la pubertad.
A menudo se inflaman cuando están luchando contra una infección o por la exposición a sustancias irritantes (como el tabaco) o a alérgenos, aunque en algunos niños pueden estar agrandadas sin motivo aparente.
Actualmente, la extirpación de las amígdalas y las adenoides es menos habitual que hace unas décadas, pero si la inflamación es frecuente o no mejora y causa complicaciones, puede ser necesaria.
El bazo controla que haya «buena» sangre
Es un órgano ovalado del tamaño de un puño que está en el lado superior izquierdo del abdomen, bajo la caja torácica.
- Su principal función es filtrar la sangre y reconocer y destruir los glóbulos rojos “viejos” o dañados.
También produce glóbulos blancos que luchan contra las infecciones y almacena glóbulos rojos y plaquetas (que ayudan a coagular la sangre).
Aumenta de tamaño (esplenomegalia) con infecciones, como la mononucleosis o más raramente la malaria, enfermedades del hígado y algunos tumores. Y en este caso se pueden sufrir infecciones frecuentes, anemia o sangrado. Incluso puede romperse y poner en riesgo la vida.
Ya no recuperará su forma, por eso el tratamiento se centra en solucionar las causas que lo han ocasionado. Pero si no se encuentra el origen o se complica, puede ser necesario extirpar una parte, o todo.
Entonces, su función de destrucción de los glóbulos rojos pasarán a ejercerla el hígado y la médula ósea.
El apéndice también te defiende
Es una bolsa pequeña en forma de tubo situada al principio del colon (cerca de donde se une al intestino delgado), en la zona inferior derecha del abdomen.
Las últimas investigaciones le otorgan gran papel en el sistema inmunitario, ya que produce anticuerpos que ayudan a hacer frente a las infecciones.
- Se cree que podría actuar como almacén de bacterias intestinales beneficiosas que servirían para recuperar el equilibrio si una infección eliminara la flora del intestino.
La causa de que se inflame y dé lugar a una apendicitis (más común entre los 10 y 30 años de edad) es una obstrucción, un taponamiento. Eso hace que se acumulen los microbios en su interior; y el tubo se infecta.
Si no se trata, puede romperse y provocar una inflamación de la cavidad abdominal, una peritonitis, que requiere intervención médica inmediata.
Tenemos otros órganos que producen anticuerpos, por lo que este reservorio no resulta imprescindible.
Sin embargo, ciertos estudios sugieren que las personas que no tienen apéndice podrían ser más propensas a determinadas infecciones intestinales causadas por bacterias.
La vesícula nos ayuda a hacer la digestión
Es un pequeño órgano con forma de pera situado en el lado derecho del abdomen, justo debajo del hígado.
- Almacena la bilis, un líquido que produce el hígado y que se libera al intestino delgado cuando comemos para digerir las grasas.
Las sustancias que forman la bilis pueden endurecerse y formar piedras o cálculos biliares en la vesícula que a veces llegan a alcanzar el tamaño de una pelota de golf.
No siempre se conoce por qué se forman, pero sí se sabe que el exceso de colesterol o de bilirrubina influye.
Los cirujanos recomiendan quitar la vesícula si se detectan piedras, aunque no causen molestias, para evitar complicaciones.
- Cuando falta, el conducto que va del hígado al intestino se ensancha un poco para suplir la función de la vesícula y tener más bilis.
Se puede hacer vida completamente normal, aunque es posible que haya colitis o diarrea después de consumir alimentos grasos.
La obesidad puede ser un factor de riesgo en estos casos, explica el doctor Alberto Muñoz-Calero, cirujano del Hospital Nuestra Señora del Rosario y director del Instituto de Ciencias del Aparato Digestivo.
- «Las personas con obesidad acumulan más cantidad de colesterol y ácidos biliares en la vesícula y esta se mueve menos, lo que favorece que se formen las piedras. Esto es especialmente relevante en las mujeres con obesidad, que tienen hasta un 21 % de aumento en la incidencia de piedras».
Parece ser, además, que la pérdida de peso muy rápida también daña la vesícula.
«Cuando estamos en ayunas –nos aclara el Dr. Muñoz-Calero–, la vesícula está llena de bilis y al hacer dieta muy estricta, está mucho tiempo sin moverse. Al no vaciarse, se puede formar un poso que facilita que se formen piedras. El peso debe perderse lentamente, no más de 1 kg por semana».
¿Cómo se extraen estos órganos?
La laparoscopia es la técnica quirúrgica que se utiliza, siempre que sea posible, tanto para extraer el bazo, como la vesícula o el apéndice. Es una técnica menos invasiva que la tradicional y solo requiere hacer pequeños orificios en el abdomen. La recuperación suele ser rápida.
Fuente: Saber Vivir
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