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martes, febrero 4, 2025

Opinión de Dennis Starkman: Un Nuevo Día

Por  Dennis Starkman. -Tenía yo trece años cuando en 1979, sorprendido por el entusiasmo y la alegría que generaba el proceso de permitirse a los partidos políticos reactivarse para que Honduras pudiera retornar al gobierno civil, pregunté a mi papá si realmente sería bueno volver a la democracia.

Mi papá no pensó mucho su respuesta. Me dijo, “ahorita sólo roban los militares. Cuando vuelva la democracia, robarán los militares y los políticos”.

Aun así, mi papá abrazó el retorno a la vida republicana y yo también me alegré por Honduras. Nunca vivimos del gobierno ni de cargos públicos y en aquel entonces se podía vivir cómodamente trabajando sin mayores pretensiones, sin necesitar títulos y sin temor. Bastaba con tener deseos de trabajar y salir adelante.

Sin embargo, algo andaba mal aunque no fuese visible. Los electores elegían a sus mesiánicos líderes. Éstos, a su vez, retribuían el apoyo recibido con chambas y contratos. Los favores se dispensaban liberalmente. Había separación de poderes, pero en realidad todo estaba amarrado. A los políticos se pedía favores y éstos, con gusto los concedían. La transparencia era un tema para otras dimensiones. Favores y no cuentas es lo que se pedía a los políticos.

Adelántese treinta años. Aquella democracia que despertó la ilusión y esperanza de todos, de golpe generaba la salivación de pocos; de élites inescrupulosas y de matones con poder.

Los ñángaras de antaño habían sido amontonados con una clase media que no comprendió que era quién más tenía que perder con una democracia defectuosa y si acaso lo entendió, no supo nunca lo qué hacer. Y ambos estaban en la llanura.

Por otra parte, las turbas de viciosos matones y fanfarrones del Frente Unido habían pasado de vivir sus bebeatas para controlar el Colegio de Abogados, la Rectoría, el Congreso, la Fiscalía, la Corte Suprema y estaban listo para acceder a la Presidencia de la “República”. Y lo lograron.

Así que terminó el día de la coja esperanza para dar lugar al día del cinismo. El cinismo de gobernantes que creen que quien no abusa de su poder pierde su prestigio. El cinismo de dar a la masa de quienes los asustó un poco, una versión desdentada de lo que pedía, una entidad extranjera que viniese a poner orden y hacer justicia.

Espero que ese día sea corto como el de un invierno austral y septentrional. Y espero que amanezca el Día de la Ira. De la ira inteligente. De la ira capaz de hacernos ver a todos que es intolerable vivir gobernados por una entidad que no es una presidencia y que nuestra complacencia ha sido, si no cómplice, al menos habilitadora.

Que la ira inteligente sea parte de la noche, que aunque no la querremos así, será larga para que al final de la misma, brille radiante y en adelante inteligentemente, el Día de la Esperanza.

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