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jueves, noviembre 21, 2024

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Si eres como nosotras, que sin desconocer y actuar frente a la compleja realidad social que estamos viviendo, necesitas pasar un rato al término de la jornada diaria, refugiándote en Netflix, entonces sabrás y seguro ya empezaste a ver -o ya lo terminaste- el nuevo programa del que “todo el mundo” está hablando: ¡A ordenar con Marie Kondo!

Si no, te contamos la premisa de la serie. Ésta aclamada “consultora del tidying” (orden), de origen japonés, actual gurú de la felicidad y famosa por sus bestsellers, ayuda a distintas familias de diversos contextos a ordenar sus casas, sus pertenencias y con ello, sus vidas.

Marie tiene un sencillo consejo: tira todo lo que no despierte felicidad en ti. Personalmente nos parecen útiles algunos de sus consejos para acomodar la ropa, aunque disentimos por completo en su recomendación de deshacerte de libros –lo cual la ha hecho merecedora de innumerables memes -.

No es aquí, en donde nos queremos detener. Tampoco queremos profundizar en las críticas o alabanzas que su serie y sus libros han recibido en las últimas semanas. Todo lo contrario, queremos hablar de algo que nos ha llamado la atención, que no sea motivo de crítica social.

En cada uno de los capítulos (excepto en uno, en realidad) encontramos un elemento en común, y no fue precisamente el desorden, sino el hecho de que el (des)orden y la (des)organización de la casa son responsabilidad de una sola persona, esa persona que “desesperadamente” necesita de Marie Kondo: la mujer.

La misma que también trabaja fuera de casa, cuida a los hijos y hace un millón de maromas para mantener su hogar, sus trabajos y su pareja “en orden”. Una vez más esto nos lleva a concluir que la doble jornada que realiza la mujer sigue siendo hoy, en 2019, invisibilizada.

A lo largo de cada uno de los episodios se puede escuchar a los hombres (adultos y niños) expresar frases como: “esto lo estoy haciendo por ella, para hacerla feliz”; o “esposa feliz, vida feliz”; o “mi mamá hace todo en la casa, si no encuentro algo le llamo en lugar de buscarlo, siempre sabe dónde están mis cosas”; y así, nos podríamos seguir.

¡A ordenar con Marie Kondo! es un reflejo de cómo los estereotipos y roles de género que continúan arraigados a nivel mundial, a escalas distintas, asignan automáticamente a las mujeres la responsabilidad del hogar, del cuidado de los hijos, atención de familiares mayores o enfermos y culpable de “desatender al marido”.

Nuestra gurú, desafortunadamente, no escapa de esta tendencia y reproduce la educación y cultura del país del Sol Naciente donde con un miserable brío dentro del movimiento del #metoo, ocupa Japón, el puesto 114 del 144, en la clasificación de igualdad de género.

Esto constituye un gran obstáculo para alcanzar la igualdad, pues este trabajo en particular nunca es remunerado, y se suma al trabajo en el mercado laboral. A eso se le conoce como doble –y en ocasiones, triple- jornada laboral.

Incluso, tal y como se puede observar en el programa de televisión, en aquéllos hogares donde otros miembros de la familia participan en esas tareas (aunque “obligados” por Marie), hay una carga desequilibrada hacia las mujeres.

Tememos que quienes gozamos de la serie, hemos ignorado el androcentrismo japonés, solapado tras su estado de bienestar.
¿Y cuál es la situación en México? Aquí la cosa es muy distinta; a bote pronto: ni estado de bienestar, ni igualdad de género. Según el Instituto Nacional de la Mujer, la participación de las mujeres en el mercado de trabajo disminuye conforme aumenta su número de hijos; además, 4 de cada 10 mujeres de 25 a 49 años de edad que forman parte de hogares con hijas e hijos menores de 3 años de edad desempeñan una actividad económica en el mercado laboral (40.9%); cifra que es de 7 de cada 10 mujeres cuando éstas viven en hogares sin hijas o hijos (68.2%).

Y aquí, la evidencia que sustenta lo dicho en párrafos anteriores: en el caso de los hombres, no existe mayor diferencia entre quienes tienen hijos o no, pues tales cifras son de 97.9% y 94.3%, respectivamente.

A pesar de ello, no todo es negativo. Desde hace un par de años la Suprema Corte de Justicia de la Nación reconoce la doble jornada que implica ejercer una profesión y al mismo tiempo realizar labores del hogar.

También hizo notar que esa doble jornada recae principal y mayoritariamente en las mujeres, lo que constituye una forma de discriminación.
Sigamos pues, disfrutando de Marie Kondo, concluyendo, que no puede hablarse de felicidad, sin el reconocimiento y la práctica de la igualdad. Por último, un paréntesis, en caso de que alguien se interese en adentrarse en la cultura japonesa, sugerimos leer las obras de Amélie Nothomb, una escritora belga que autobiográficamente la analiza, desde una perspectiva feminista, quien conoció muy bien Japón, por haber nacido y vivido en ese país.

En fin, felicitamos a Marie Kondo por la utilidad de sus consejos para acomodar nuestros hogares, sin obviar que hace falta además, “re-acomodar” el “orden familiar” e incluirnos todos por igual. Buena idea, empezar por casa.
DESCIFRANDO DERECHOS.
CONCORDIA. Consultoría en Derechos Humanos
@DH_Concordia

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