“El mar se está comiendo a Honduras”, una frase que décadas atrás habría causado burlas, está ocurriendo, y obligará a las autoridades a recalcular la extensión territorial porque el país ubicado en el corazón de Centroamérica ya no mide 112,492 km², como enseñaron a los niños en las escuelas.
Un secreto a voces entre los biólogos hondureños sacó a luz que el «cambio climático», que tanto resuena en los discursos a nivel mundial, está arrasando con las costas hondureñas y con el pasar de los años podría «sepultar bajo el agua» a ciudades completas.
Cuando el prestigioso diario español, «El País», lanzó un reportaje en febrero de 2020 describiendo a Honduras como «la zona cero del cambio climático en América Latina» y designó a Cedeño, en Choluteca, como el sitio más afectado, todo el interés se centró en el sur del país.
Nota relacionada: En 2050 ciudades costeras estarían bajo el agua debido al cambio climático: ONU
Fue hasta que una investigación iniciada en 2006 por los Cuerpos de Conservación de Omoa (CCO) reveló que la zona cero del cambio climático no está al sur, sino al norte.
Los biólogos coincidieron en que luego de realizar monitoreos de varias zonas hondureñas y de otros sitios del mundo severamente afectados, descubrieron que no hay ninguna nación que registre un incremento en el nivel del mar tan acelerado, violento y con cifras similares a las de Cuyamel, en el municipio de Omoa, departamento de Cortés.
«Esta zona es un caso atípico. La pérdida de costa es una realidad en todo el mundo pero no de la forma tan acelerada como ocurre aquí», expone Gustavo Cabrera, titular de los CCO.
Sí, el país ubicado en el corazón de Centroamérica es la zona cero del cambio climático pero no de América Latina, sino del mundo, y 84 familias que sufren las consecuencias a diario son el mejor testigo.
Cuyamel, la zona cero
Situada en los límites de Honduras y Guatemala -con playas que esconden parches de coral y un ambiente inigualable, digno de las costas catrachas- se encuentra Omoa, un municipio que hasta 2020 era el hogar de más de 53 mil 771 personas.
Esta zona era de las favoritas de los inversores para erigir su casa de playa hasta que el mar traicionero empezó a «devorar» todo a su paso.
Desde 2007, más de 600 metros de línea costera fueron reclamados por el mar en Omoa y 84 familias que habitan en la Barra de Cuyamel y Barra del Motagua son el mayor testigo de lo despiadado que puede ser el cambio climático.
Los CCO, quienes han dedicado su tiempo y esfuerzo para estudiar la erosión costera en la zona, advierten a las autoridades hondureñas que el cambio climático ya no es un mito y solo hay dos opciones: «Adaptarse a él o arriesgarse a morir».
De acuerdo al reciente informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC), el aumento del nivel del mar agrava el impacto de las tormentas e inundaciones costeras, y las proyecciones para 2100 indican que el agua subirá 75 centímetros incrementando al doble el riesgo de las personas que viven en las costas.
Sin embargo, de acuerdo a las cifras de los CCO, Cuyamel pierde un metro de costa al mes y «el mar sigue avanzando».
Los alarmantes hallazgos en Omoa
El biólogo Gustavo Cabrera, en declaraciones a Diario Tiempo, relató que la investigación que descubrió la gravedad de la erosión costera en Cuyamel inició en 2006.
Como Cuerpos de Conservación invitaron a estudiantes de Ingeniería Forestal del Centro Universitario Regional del Litoral Atlántico (CURLA) a realizar un monitoreo de crecimiento de mangle. Los participantes tomaron una parcela, la marcaron y un año después que regresaron encontraron una sorpresa.
De acuerdo a Cabrera, la parcela de mangles que marcaron estaba a metros del mar, pero un año después ya estaba varios metros adentro, cubierta por las olas, y otras plantas habían sido derribadas.
El hallazgo impactó a los biólogos de los CCO, tanto que iniciaron un estudio de deterioro e intrusión del mar. Utilizando cinta métrica, imágenes satelitales, fotografías aéreas y GPS descubrieron que el mar se comía en promedio un metro de costa al mes en Cuyamel, Omoa. A partir de 2006 se pierden 12 metros de línea costera anualmente.
Tras los hallazgos, Gustavo Cabrera, el director de los CCO, advirtió a las 84 familias de las Barras y a autoridades que, en 10 años, el mar arrasaría con más de 100 años de historia.
La «zona roja» abarca unos ocho kilómetros desde el punto fronterizo con Guatemala y en diez años, de 2007 hasta 2017, la zona perdió alrededor de 600 metros de playa; para 2011, los expertos determinaron que la pérdida de la costa era irreversible, y de 2015 a 2017 se registró un deterioro acelerado e inusual que arrasó con los bienes de las comunidades de la Barra de Cuyamel y Barra del Motagua.
El peor año hasta la fecha fue 2017, cuando el mar en tan solo diez días, del 05 al 15 de enero, «se comió» de forma brusca y sin aviso, 25 metros de playa. Hasta noviembre de 2020, las cifras se mantuvieron similares, con la pérdida de un metro al mes, hasta que Honduras fue devastada por el paso de las tormentas tropicales Eta e Iota.
El biólogo a cargo de los Cuerpos de Conservación de Omoa lo describe como un impacto severo. Cabrera explicó que en el término de diez días se modificó todo el ecosistema y, aunque no tienen cifra oficial, estiman que perdieron 20 metros de playa por Eta e Iota.
«No tenemos dónde ir»
Las zonas de las Barras fueron declaradas inhabitables y en calamidad desde 2012, pero muchas familias se quedaron por no tener otro sitio para refugiarse. Las promesas de reubicación que datan de hace más de una década se cumplen a paso lento y dejan un nuevo problema al descubierto: ¿cómo van a sobrevivir el día a día?
“Es caótica la situación de la comunidad de la Barra. No tenemos futuro, los cultivos de arroz, frijol, no se dan bien debido al salitre del mar, no tenemos dónde ir y pedimos una reubicación para no estar con esta zozobra todos los días”, clamaba años atrás Nora López, una pobladora de la zona roja, a medios internacionales.
Mientras que pobladores como don Pablo Ortega lamentaban que las pláticas sobre la siembra y la cosecha se esfumaron. «Se ve una soledad y tristeza», relató.
El experto de los CCO explicó que «la erosión avanza, pero va creando playa más adelante, más adentro, va rellenando nuevos espacios que antes eran utilizados para producir, para ganadería, lagunas que la comunidad utilizaba para pescar, manglares que servían de barrera. Eso se va perdieron porque lo que hace el banco de arena es avanzar hacia adentro. El mar lo desarma y se mete».
«Uno a veces se frustra porque uno les está diciendo las cosas como van a pasar. Con este problema de la Barra del Motagua, en el 2006 lanzamos nosotros la primera alerta y les dijimos: ‘Esta comunidad en 10 años se va a desaparecer’, y así pasó. No nos hicieron caso», lamentó el biólogo Gustavo Cabrera.
A la zona han llegado investigadores de la Universidad de Stanford, de la Universidad de Columbia, que coinciden con sus proyecciones. Sin embargo, para los CCO, a nivel local y nacional, la lucha es cuesta arriba. La esperanza es que con el nuevo gobierno se trabaje de la mano para restaurar los ecosistemas y se concientice a la población.
Cabrera expone que urgen de alianzas con las comunidades para que ellos restauren sus propios territorios, necesitan apoyo económico para trabajar con los pobladores afectados y apoyarlos para que sus medios de vida sean sostenibles.
Lamentó que para los residentes de las Barras sea muy tarde: «Todo se va a perder, todo», y más de cien años de historia quedarán sepultadas bajo el mar. «Ellos van a comenzar prácticamente de nuevo», apuntó con pesar.
Toda la costa está en riesgo
¿Qué le espera a toda la «zona roja»? Sin titubear, el experto respondió: «Desaparecer completamente».
«Lo único que se puede hacer es trabajar en restauración del ecosistema para sostener el avance del mar por un tiempo porque la tendencia en esa zona es que el mar va a avanzar quizá hasta un kilómetro o más adentro. Lo único que podemos hacer es trabajar en adaptación y la restauración del ecosistema para detener el avance del mar, pero eso ya es irreversible», explicó el biólogo.
Son ocho kilómetros en riesgo inmediato, pero el peligro va más allá. La zona costera es vulnerable y abarca hasta las comunidades garífunas de Travesía y Bajamar en Puerto Cortés.
«Si usted va a Travesía y a Bajamar, usted se va a dar cuenta que ya hay casas que están dentro del agua. Y eso nosotros lo empezamos a decir que iba a pasar hace 10 u 8 años. El mar ya está botando las palmeras de cocos, así verdes, eso va avanzando. Esas comunidades costeras como Travesía, Bajamar, la tendencia es que van a desaparecer también», comentó Cabrera.
Como experto, expresó que les da entre 10 y 15 años para desaparecer.
El fenómeno ya empieza a notarse en sectores como Masca, donde residentes que tienen sus negocios de playa abren la puerta y tienen el mar a un paso. El agua, con fuerza, arrasa con palmeras verdes. Ya no hay más tiempo.
«El cambio climático ya no es un mito, es una realidad. La única salida es restaurar. Nos adaptamos o morimos», advierte el biólogo.
Nota para nuestros lectores:
Suscríbete gratis a más información en nuestro WhatsApp. Haga clic en el enlace: https://bit.ly/2Z2UF3j.