REDACCIÓN. El asesinato a disparos de Jovenel Moïse, presidente de Haití, causó conmoción en el mundo este miércoles, reviviendo, a su vez, un incidente similar que se registró en los anales hondureños.
Así como el mandatario caribeño, el capitán José Santos Guardiola, mandatario de Honduras, murió de forma violenta. Pasaron 159 años entre ambos episodios que dejaron gobiernos acéfalos.
Aunque del crimen contra Moïse se desconocen detalles y también existen dudas sobre el porqué del ataque a Guardiola, figura la semejanza de que ambos fallecieron en sus residencias y hubo varias personas involucradas.
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Su propia «mano derecha»
En el libro Efemérides Nacionales (Tomo II), el historiador hondureño Víctor Cáceres Lara detalla qué es lo que supuestamente pasó el 11 de enero de 1862.
Ese día, el salvadoreño Cesáreo Aparicio, jefe de la guardia presidencial, según la descripción, disparó su carabina contra el capitán Guardiola; le hirió gravemente en el abdomen.
El jefe de Estado habría intentado defenderse; la historia narra que -aunque moribundo- se abalanzó sobre su atacante y le quitó la bayoneta de su rifle con el propósito de defenderse. Empero, estaba demasiado débil.
La información recabada por García Lara indica que Guardiola comenzó a agonizar en los brazos de su hija Guadalupe.
Aparicio notó que su objetivo estaba vivo; entonces, presuntamente, tomó un puñal y saltó contra el desahuciado presidente. No obstante, éste, en pleno lecho de muerte, clamó: «¡Basta ya, no es necesario!«.
Destruyéndolo desde adentro
Previo a la noche del magnicidio, según el relato, Aparicio acabó con la vida del coronel Hipólito Zafra Valladares, quien, en ese momento, era el jefe de la guardia presidencial.
Después, para allanar el camino, habría sustituido en el dispositivo de seguridad a elementos que eran leales al mandatario.
García Lara describe que el capitán Guardiola oyó que corría peligro; empero, él hizo caso omiso a las advertencias pues confiaba plenamente en Pablo Agurcia, Mayor de la Plaza, a quien se le atribuye la autoría intelectual del asesinato.
La porción histórica detalla que Aniceta Lemus, costurera del Palacio, externó la desconfianza que le inspiraban los movimientos sospechosos que se hacían en la guardia, pero nadie la escuchó.
Al final, los guardaespaldas tocaron la puerta del presidente asegurando que algo grave ocurría en el cuartel; Guardiola, pese a que su esposa -doña Anita- le dijo que no atendiera, se levantó en ropas menores, abrió y se topó con su última escena.
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