Dennis Starkman
El fenómeno de la Marcha de las Antorchas ha generado sorpresa en la población hondureña y ha insertado en nuestra dinámica política a la clase media. Habiendo generado una convocatoria sostenida durante ya casi cinco meses, ha reunido a centenares de miles de hondureños en todas las ciudades del país.
Siendo un proceso montado con una organización muy poco estructurada, ha carecido de liderazgos que definan objetivos, métodos y visión estratégica. Esa debilidad es también una fortaleza, pues así lo evidencia su longevidad.
Este es un movimiento con un alto grado de espontaneidad, y tanto en San Pedro Sula como en Tegucigalpa se manifiestan dos liderazgos muy diferentes entre sí.
Siendo Tegucigalpa la capital, la efervescencia del movimiento opera de manera distinta. Aquí, una gran diversidad de organizaciones procuran ganar un espacio para impulsar su propia imagen y sus agendas.
Partidos políticos, ONGs, agrupaciones de vecinos, víctimas de crímenes paradigmáticos, todos participan desordenadamente para hacer escuchar sus voces.
Sin embargo, en San Pedro Sula ha sucedido algo muy diferente.
En San Pedro Sula, ciudadanos con poca o nula participación política previa, han decidido involucrarse de lleno y participar trayendo a su movimiento las experiencias de años anteriores en organizaciones juveniles, estudiantiles y gremiales.
Su presencia ha generado una importante participación de amplios sectores de la clase media, incluyendo facciones que se identifican a sí mismos como «de Izquierda», y que no han participado activamente en organizaciones que les sean afines ideológicamente.
Además de ellos, han logrado hacer sinergia con facciones de todos los partidos políticos, para conducir el movimiento en una dirección clara y transparente.
Este es un verdadero movimiento de ciudadanos que tienen una mínima inclinación hacia uno u otro partido político.
Mientras en Tegucigalpa el movimiento ha sido efectivamente transformado en una actividad del FNRP y del Partido Libertad y Refundación, en San Pedro Sula, las diversas organizaciones continúan decididas a luchar bajo una sola bandera, la de Honduras, y continuar con una manifestación ciudadana permanente, que evoluciona en cuanto a sus métodos, y se mantiene fiel a sus objetivos originales: CICIH, No a la Reelección, No al Continuismo, y reformas profundas al sistema electoral y judicial.
El Movimiento de las Antorchas se ha desfigurado en Tegucigalpa, mientras que en San Pedro Sula promete dictar pautas, liderar en la consecución de objetivos y mantener la esencia y el espíritu de una participación responsable de los ciudadanos, como debe ser en una república.
El declive de la Marcha de las Antorchas puede generar impresiones equivocadas en más de algún observador que limite su análisis a lo superficialmente visible, porque aunque en Tegucigalpa la asistencia ha disminuido notablemente, existe una gigantesca masa de ciudadanos que no prestará fácilmente su voto a candidatos que no les convenza con desempeño y conducta ejemplar.
En cambio, en San Pedro Sula, con no pocas dificultades, un segmento tan importante de la sociedad hondureña participa activamente, sin más oposición que las actitudes partidistas de muchos miembros de partidos y movimientos políticos.
Esa interacción, aunque difícil, es valiosa y enriquecedora para ambos aliados.
Podemos esperar que, así triunfe de manera total o parcial este movimiento ciudadano, la democracia hondureña, aún peligrosamente amenazada desde sus entrañas, estará dando pasos acelerados para superar muchos de los retos que han sido ignorados mal entendidos por casi todos.
A pesar de haberse reducido la participación de Antorchas en Tegucigalpa, esa masa de ciudadanos y sus familias que salieron a desfilar por la ciudad capital, está genuinamente indignada, y no inclinará su participación política hacia partidos tradicionales y populistas, sino a las propuestas y a ese elemento vital tan importante en los negocios y en la política: CONFIANZA.