CORTÉS, HONDURAS. Su hijo enfermó, su esposa no tenía trabajo y él tampoco, entonces, decidió irse ‘de mojado’ a Estados Unidos, una travesía que marcó su vida, que dejó recuerdos en su mente que serán imposibles de borrar, así le ocurrió a Wilmer, un joven migrante retornado hondureño.
Wilmer emigró con unos amigos, y ni él ni ellos llevaron dinero, sino unas cuantas ‘mudadas’ (ropa) y comían y bebían de lo que cada día lograban conseguir en las calles. Hubo trayectos que los hicieron a pie, otros «a jalón» y, por supuesto, también estuvieron a bordo del tren ‘La Bestia‘.
Pero, no era la primera vez que Wilmer quiso llegar a los Estados Unidos de forma irregular, sino que se trataba de su cuarto y último intento.
«Hace dos años que me fui por última vez. Ya con esa eran cuatro. Me fui con unos amigos, y nos fuimos caminando, pues no teníamos trabajo y no llevábamos dinero. Aguantamos hambre y sólo agua y mangos conseguíamos. A veces nos daban ‘jalón’ y también íbamos en el tren. Y eso es lo más triste, ver cuando el tren agarra gente y la corta en pedazos», recordó Wilmer.
Tocaba cuidarse
Wilmer y sus amigos se protegían de los malhechores que pretendían hacerles daño. Se turnaban para dormir. Mientras unos descansaban, permanecían en guardia, y así de cuidaban mutuamente.
«Gracias a Dios, yo estoy bien, y pues, al llegar a México, nos quedamos allí por unos días, trabajando en una chatarrería, para sobrevivir y recuperarnos un poco. Dormíamos en el suelo. Aguantamos hambre, frío y lluvia. En la noche no dormíamos porque había mucha gente mala. Nos tocaba turnarnos para poder dormir un rato cada uno», rememoró.
Familiares en EE.UU. le habían prometido a Wilmer ayudarlo a cruzar, pero, según él, cuando ya estaba en la frontera, le terminaron dando la espalda. Esta situación lo hizo entrar en desesperación.
«Yo tengo familia allá ‘en la USA’ y me habían prometido ayuda, pero solo fue mentira. Luego me entró desesperación. N teníamos a nadie que nos ayudara para cruzar. Decidimos avanzar de nuevo en el tren. Llegamos a un asilo. Luego decidimos salir para ver si nos cruzábamos al otro lado. Estábamos en la frontera con Tijuana«, contó.
Fin del camino
Wilmer y sus amigos deambularon durante cuatro días y cuatro noches en el desierto. Tenían hambre y la Policía Fronteriza los encontró cuando estaban a punto de morir por deshidratación. «Nos dieron agua y atún. nos llevaron y, pues, luego nos regresaron», dijo.
Ahora está de nuevo en Honduras, y considera que no volverá a irse otra vez, a menos que caiga en extrema necesidad. «El camino es muy duro. Hay que pensar bien para irse, es muy peligroso», advirtió.
Luego de haberlo intentado cuatro veces, actualmente se dedica al rubro del transporte, como conductor de mototaxi. «Este es un trabajo muy riesgoso, pero, pues, no hay de otra», manifestó.
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