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TEGUCIALPA, HONDURAS. Vicky Chávez es una migrante hondureña que pasó 1,168 días ocultándose junto a sus hijas en una iglesia en UTAH, Estados Unidos, hasta que el pasado 15 de abril se le otorgó un permiso para permanecer de forma legal en territorio estadounidense.

Todo comenzó un 2 de junio de 2014. Chávez se vio obligada escapar de la violencia doméstica y las amenazas de pandillas en su natal Honduras, y emprendió, junto con su hija de dos años, un viaje hacia Estados Unidos. Pasó por Guatemala, atravesó México de sur a norte, hasta llegar a Reynosa, donde cruzó el río Bravo y se entregó a la Patrulla Fronteriza para solicitar asilo.

Ya en Utah, donde se encontró con sus padres, quienes habían emigrado cuando ella era bebé, Vicky pasó años intentando conseguir el asilo sin éxito. El 30 de enero de 2018, bajo la Administración Trump, Inmigración le entregó una orden de deportación a Honduras, adonde ya no tenía quien la recibiera, pues su abuelo, su única familia ahí, había muerto. Para entonces, Chávez ya tenía otra hija, una bebé de cinco meses.

Un refugio en medio de la tempestad

La migrante revela que sintió una gran depresión tras recibir la orden de deportación ya que no tenía un hogar al cual regresar. «Sentí que el mundo se me cayó encima», comenta la hondureña, «dije: ‘¿Quién me va a recibir? ¿A qué casa voy a ir o quién me va a proteger?'».

Entonces, la Primera Iglesia Unitaria de Utah, a través de organizaciones a favor de los migrantes en EEEU, le ofreció a Chávez santuario, un término para los lugares en que las autoridades no pueden arrestar a migrantes.

«Voy a andar toda la vida escondiéndome, y con dos niñas pues no es vida. Esa no iba a ser vida ni para ellas ni para mí», dice sobre lo que pensó entonces. Dentro de la Iglesia, le cedieron un salón de clases y «lo transformaron como en un hogar», recuerda.

Instalaron camas, tenían baño y cocina, y el personal las apoyaba las 24 horas como si fueran de su familia. Ahí, su hija pequeña aprendió a gatear, luego a caminar y a hablar. La mayor, ahora de nueve años no entendía del todo por qué no podían salir. Así, se pasaron tres años.

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Campanas de libertad

El pasado 15 de abril, Vicky Chávez tocó las campanas de la Primera Iglesia Unitaria, en Salt Lake City, que le dio santuario y refugio durante los últimos tres años para evitar que la deportaran.

«Cuando salí de la iglesia, pude dar un pie afuera, respirar un aire diferente, sentirte que eres libre, que puedes volar», celebra.

«Me di la alegría de tocar las campanas de la Iglesia porque ese era mi sueño, el día que yo fuera libre esas campanas de la Iglesia iban a sonar y a sonar», contó la migrante en entrevista.

Además del permiso para quedarse un año en EEUU, que implica la suspensión de deportación y que espera poder renovar y luego conseguir la residencia permanente, a Chávez se le retiró una multa por medio millón de dólares que le habían impuesto las autoridades por no dejar el país.


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