¡Qué impresionante el cambio entre ser mamá de 1 y ser mamá de 2! Cuando tenía sólo 1 hija, me pasaba horas jugando con ella, leyendo cuentos, pintando, cantando, ensuciándonos y aprendiendo juntas. Era fácil ser la mamá divertida que mi hija necesitaba.
No me estresaba por las manchas de pintura en la camiseta, ni en las paredes de la ducha, ni los juguetes por todo el cuarto. Aprovechaba las ocasiones para enseñarle a limpiar, ordenar, y cuidar sus cosas. Hacíamos pinturas para regalarle a los abuelos, y banquetes de plasticina.
Cuando salí embarazada la segunda vez, con un sinfín de náuseas, una amenaza de aborto y una mudanza, entre otras cosas, de repente ya no podía tirarme al suelo a jugar, no podía salir corriendo por el patio jugando a caperucita roja y el lobo, ni mucho menos chinear a mi hija. Todo me preocupaba, me estresaba que manchara las paredes porque no tenía las energías para asegurar que todo se limpiara, ni que ordenara sus juguetes al terminar de usarlos, ni muchas cosas más.
Cuando nació la bebé, tenía que preocuparme por esterilizar el mundo entero, cuidar mi recuperación de la cesárea, lidiar con amamantar, horarios, pañales, pepes, escuela, uniformes, meriendas y mil cosas más. Y me convertí en la mamá estresada.
Ya no existían esos días de juegos hasta la hora de dormir, ya no había tiempo para fiestas de té en la bañera, ni de cocinar con plasticina. Se acabaron las pinturas porque no podía embarrarme y cuidar a la bebé al mismo tiempo; y mi hija mayor lo sufrió.
Hace un tiempo mi hija me dijo: “Mami, no sos la persona que yo creía. Ya no sos divertida ni jugás conmigo. Yo necesito más de vos.” Y me cayó como balde de agua fría.
Aunque jamás le ha faltado el cariño y me he esforzado por tener tiempo para sólo ella y yo, yo ya no era la misma. Y ese mismo día comprendí todo lo que perdimos ambas y lo que la bebé no había tenido: a la mamá divertida.
Y es que de repente la vida se nos mete por delante y no nos enteramos de la profundidad de los cambios que nos causa.
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Desde entonces he aprendido a volver a disfrutar. He aprendido que un baño inundado porque las niñas estaban jugando no es tragedia, y que las obras de arte de tiza en la pared se borran con un poco de agua y jabón, que entre las tres podemos correr y jugar y enlodarnos juntas. Un viaje al baño en un lugar público puede ser una carrera en vez de una tarea.
Resulta que ser la mamá divertida no es cuestión de no preocuparse, es cuestión de tomar la decisión de no enojarse por las cosas pequeñas y devolver ese brillo de complicidad a los ojos de mi hija. Poco a poco vamos recuperando aquella libertad de divertirnos sin preocupaciones. En cuanto a mí, pues creo que jamás seré la misma de antes, pero estoy haciendo el esfuerzo por integrar la diversión a nuestros días. No nos damos cuenta de las cosas que sacrificamos para cumplir con el día a día. A veces lo más importante es lo que no nos damos cuenta que habíamos perdido.