Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo). -A los latinoamericanos, hastiados de las crisis sociales y económicas, nos cautivan los superhéroes que se manifiestan bravucones contra esa peste endémica y muy latinoamericana que se llama la corrupción, aunque ellos formen parte de ese sistema del mal. Los tenemos por todos lados. No es un fenómeno que digamos, muy nuevo en América Latina.
Ya habían desfilado antes que Pepe Mujica y Chávez, el estelarísimo Domingo Perón en Argentina, el primer actor Getulio Vargas en Brasil, el galán de Televisa Luis Echeverría en México, y el insigne Carlos Andrés Pérez -el popular CAP-, en Venezuela.
El denominador común que engalana el lenguaje de estos ilustrísimos, es que antes de que los votantes les concedieran la oportunidad de hacer realidad el sueño de sus vidas, es decir, el chance de llegar al trono imperial, habían prometido el cielo y la tierra para sacar a sus congéneres de la pobreza, y llevarlos a los territorios de la felicidad eterna. Todos ellos – como los de hoy -, sabían que esa promesa era imposible de cumplir.
Los populistas del continente creían que, al vociferar las consignas de la esperanza popular, el juramento redentor bien valía la pena, si de garantizar los votos se trataba.
En esta era del alto consumismo y del salario bajo, fue al “Pepe” Mujica al que se le ocurrió la idea de subirse a los buses de Montevideo y no usar el Cadillac presidencial. Luego, la iluminación celestial le empujó a donar el noventa por ciento de su salario a los clubes de beneficencia, cosa que no debe haberle caído muy en gracia a la señora Topolansky, la primera dama.
Ahora el turno es para Andrés Manuel López Obrador recientemente elegido presidente de México. AMLO es una versión politizada de “Santos el enmascarado de plata”, que deberá vencer a sus enemigos. Los enemigos de AMLO son la pobreza extrema y la redistribución de la pobreza que sueña con cumplir.
Eso por “Si nos dejan” como dice la canción de José Alfredo Jiménez. Pero no lo van a dejar: las burguesías en América Latina son, como en los tiempos coloniales, bastante fuertes, y más de lo que suponen los progresistas criollos.
Además, la vocinglería vanguardista de los políticos “progre”, se apaga el día que descubren que las finanzas del Estado deben ser controladas para no seguir con la fiesta.
Se llama “Estabilidad económica”, y es una medida neoliberal, mala nueva para sus seguidores. De todas maneras, aunque no lo sugiera el FMI, habrá que recortar los gastos del Estado.
AMLO tampoco podrá ponerse a pelear con los empresarios poderosos: no le conviene. La economía la mueve la empresa privada, que es, como en toda América Latina, bastante timorata como para invertir y expandirse.
Por eso el crecimiento económico mexicano no pasa de lo mismo desde hace años: reto imposible desde Fox hasta Peña Nieto.
Y, además, todo poderoso que llega a la silla imperial se percata de que la soberanía radica en su persona y en la de sus amigos, no en el populacho. Ya lo había dicho Bertrand de Jouvenel: “el despotismo es una soberanía divina”.
El poder no se cede. Se hace el parapeto de compartirlo en unidades más pequeñas, a la usanza de Chávez, Maduro o los Castro en Cuba. Pero solo es para alegrar a los “fans”.
Por todo ello, auguramos, como una muestra pequeñísima de lo que está por venir, que la gestión de AMLO será, como en todo el continente nuestro, algo más de lo mismo, de esa politiquería barata que ya hemos visto por estos lares centroamericanos.