TEGUCIGALPA, HONDURAS. El sacerdocio es un ‘don’ que no cualquier hombre tiene, pues se renuncia a cosas como su familia y a una «vida normal» por servir a Dios y a la comunidad.
En Honduras son muy pocos los elegidos que aceptan el llamado de Jesucristo para servirle aquí en la tierra, afirmando el voto de castidad. Antes de llegar a ese punto, esos valientes hombres deben recorrer un largo camino de estudio.
Para que un hombre se convierta en sacerdote, debe estudiar un período de 9 a 10 años en la principal casa de formación sacerdotal del país, el Seminario Mayor Nuestra Señora de Suyapa (SMNSS).
Durante ese lapso, más allá de los conocimientos adquiridos en Filosofía y Teología, deben discernir y analizar si de verdad están listos para una vida al servicio de Dios y la comunidad.
Cumplimiento de la vocación
Luego de ese gran paso llega el momento más esperado, el servicio diaconal, previo a la ordenación sacerdotal, donde se interactúa de manera más directa y se conoce el servicio a la comunidad cristiana católica.
Tras su ordenación como sacerdote, cada uno de esos hombres toma un camino diferente en su vida y, en ocasiones, se alejan de casa para volar a otro lugar a ejercer su servicio. Los retos son múltiples.
Pero, ¿se puede ser sacerdote y piloto a la vez? Sí, sí es posible, y en Honduras hay dos valientes hombres que cumplen con esa misión. Uno de ellos es el padre Javier Martínez, originario de Valle de Ángeles, sacerdote hace 10 años y actual capellán de la Fuerza Aérea Hondureña (FAH).
Hace tan solo unas semanas, el padre Javier sobrevoló los cielos de Honduras como piloto certificado de la FAH. La experiencia fue algo diferente a oficiar una misa o una confesión, actividades naturales del sacerdote.
Sin embargo, él salió de lo convencional y se ha convertido en uno de los primeros sacerdotes-pilotos de Honduras. Haciendo un espacio a su apretada agenda, porque debe atender a toda una parroquia, el padre Javier Martínez conversó con DIARIO TIEMPO acerca de su experiencia como sacerdote y ahora como piloto.
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¿Cómo descubre su vocación y a qué edad?
La vocación la descubrí gracias a la pregunta de un sacerdote, que era un testimonio en mi parroquia, era el padre Arismendi Salinas. Él, cuando era párroco de Valle de Ángeles, me hizo la pregunta de si quería ser sacerdote y yo le respondí qué era eso.
Entonces, me contestó «es lo que yo hago». A mí me llamó muchísimo la atención, porque él no era un sacerdote de estar sólo en el templo, sino que era muy dinámico, muy carismático y si visión era ayudar a los más necesitados.
Él nos asesoraba en el tema humano y en el tema laboral, por eso él era bien integral en el trabajo. Fue cuando yo le dije que «sí», hace, aproximadamente, cuando yo tenía unos 9-10 años.
Luego de eso, yo quería ingresar al Seminario Menor, pero él mismo me dijo «no», que mejor esperara y viviera más con mi familia, y que cuando concluyera la secundaria, entrara.
Y así fue como nació la inquietud y fortaleciendo ese deseo de ser sacerdote
¿Cómo ha sido el camino de estudio, tanto en el SMNSS como en el extranjero?
El proceso no fue nada fácil, más por los episodios donde estuve. Yo viví el huracán Mitch, las huelgas de los maestros, y una base bastante débil. Cuando ingresé al Seminario, corrí con ese reto de ponerme a nivel y al ritmo, cosa que no fue nada fácil.
Aparte de eso, tenía solo 17 años, era un niño, cumplí los 18 dentro del Seminario. Y pues, me tocaba también humanamente organizarme, madurar en ciertos temas y eso durante el primer año. Fue un proceso nada fácil.
Luego me adapté y ya cuando tenía los cinco años de formación, se me dio la posibilidad de hacer un año de experiencia fuera del Seminario y estuve en la parroquia de Miraflores, donde conocí al padre Juan Pablo, él para mí fue un formador más.
Terminé ese año, regrese al Seminario y luego, estando en el proceso, tuve un accidente en Sabanagrande, una caída desde el techo, lo que me generó un problema en la cervical y hasta ahora yo manejo el problema, por los peligros de hacer una cirugía.
Y pues, cuando hay tensión, ese estrés y todo lo demás, los nervios, pegan en ese hueso, por tanto, me genera dolor. Pero, aprendí a manejarlo, pero sí tuve una crisis en el año 2009.
¿Cómo se ve obligado a dejar de estudiar dentro del Seminario?
Por ese accidente los formadores deciden que yo no puedo seguir en el Seminario, debido a mi enfermedad. Ya era la segunda salida desde la casa de formación, lógicamente me estresé porque era un proyecto que yo quería.
Sin embargo, el señor Cardenal decidió que no yo terminaría mi proceso, él me apoyó para que viviera en una parroquia y viajara todos los días al Seminario a estudiar nada más y también iba estar bajo la tutela del padre Carlo Magno y Juan Carlos Martínez e iba a vivir en la parroquia de Guadalupe.
Entonces, mis dos últimos años de Seminario los hice con esa modalidad que no existía en la arquidiócesis y fui pionero. El proceso fue bien complejo, no fue fácil, pero Dios me dio esa oportunidad de poder ordenarme sacerdote.
Proceso en el extranjero
Sobre el proceso en el extranjero, fue también una bendición, fruto del trabajo que hice en la Pastoral Juvenil y en GEPROCA, igual que en la parroquia de Guadalupe, porque ya era párroco cuando me mandaron a estudiar afuera.
En Roma estudié una especialidad en moral, otra en bioética y la tercera en causa de santos. Aproveché la oportunidad y me dediqué a estudiar totalmente. En un año, mientras sacaba moral, por las tardes estudiaba bioética y el siguiente año estudié causa de santos.
Sacaba cursos como el de Florencia, era con los Jesuitas en temas de moral pluralista para aprovechar el espacio, la formación y, de paso, las oportunidades.
Luego me fui a sacar un curso a Paris, Francia, tras finalizar mi formación y aprender más de la cultura francesa, de algunos teólogos franceses para meramente tener esa experiencia.
¿Cómo ha sido la vida al servicio de Dios y la comunidad dejando atrás a la familia?
Realmente todo ha sido una riqueza, porque se me dio la oportunidad para aprender de todos. Dejar la familia sí fue un proceso duro, pero, para mí no tan difícil, aunque igual uno extraña a su familia, su tierra, sus costumbres, su propia comida.
¿Cuándo entra Javier Martínez como capellán de la FAH?
Regresando de Roma, el señor cardenal me pide que me haga cargo de la parroquia Cristo Resucitado de Loarque, hace aproximadamente cinco años, y me explicó que, por la cercanía, me nombraría capellán de la Fuerza Aérea.
Al principio sentí temor, porque era una área que no conocía. Decía yo que no estaba preparado, que iba a ser un reto porque yo nunca había tenido la oportunidad de trabajar con un militar, algo totalmente desconocido para mí.
Me tocó ir aprendiendo. Desde que me nombraron, me recibieron solemnemente. Recuerdo bien que el general Sauceda en ese momento había investigado sobre mí y empezó a hablar de mí con naturalidad y de verdad estaban alegres de recibir a una persona preparada y joven.
Después empecé, poco a poco, conociendo y compenetrándome en toda la vida militar para ayudar a los soldados del aire.
¿Cómo ha sido la experiencia en las FAH?
Este proceso también ha sido una riqueza, porque he aprendido mucho. Pienso que en vez de dar, recibo más, porque tengo oportunidad de aprender.
Además de eso, he ido conociendo las necesidades de los militares, su situación familiar, humana, profesional y laboral. Implica comprometerme a seguir trabajando para fortalecer la parte humana, religiosa y la moral.
¿Cuándo le notifican que se va a certificar como piloto de la FAH?
El general Barrientos, en el año 2020, me dijo en un vuelo que tuvimos: «padre, lo voy a llevar a volar, lo vamos a preparar para que usted sea un piloto de nuestra Fuerza Aérea, para que sea uno de nosotros, un compañero más».
Eso se originó de toda la relación e integración en la institución, debido a que yo trataba de darme al 100 %. Si había una actividad, estar allí e interactuar, compartir, dar formación ética, valores.
Así fue creciendo esa familiaridad con la Fuerza Área y yo lo recibí con mucha humildad y alegría, además de ser un privilegio y un honor poder ser parte de esta institución que la considero noble y gloriosa por toda su labor social y humana a favor de muchas personas que no tienen medios para salir del interior del país.
Eso fue para mí un honor. Pude identificarme más con algunos trabajos, sentir no solamente temor, sino también adrenalina de volar, ese gusto de ver el horizonte, de surcar los cielos y vivir esa experiencia que todo piloto vive.
A mí eso me ayuda a entenderlos más, a comprenderlos, y a la vez, a identificarme con ellos.
¿Qué tal fue el momento de sobrevolar Honduras?
Sentí nerviosismo, lógico, porque desde el momento que me indicaron que iba a tomar el control de la nave, tuve temor, recordar las cosas que había aprendido y las instrucciones que había recibido.
Cuando fui a hacer la preparación del vuelo estaba ansioso, nervioso y a la expectativa de cómo iba a ser. Conocí también que la aeronave era pequeña y que es fácil que se mueva por el viento.
Y lógicamente, ya arriba, la sensación es distinta, la ansiedad y el nerviosismo llega porque se pasa a la adrenalina.
La nave en manos del padre Javier
Se me dio la oportunidad de pilotar ya en la parte de arriba para evitar cualquier riesgo, debido a que Tegucigalpa no es un lugar para hacer maniobras, normalmente tiene que ser una área libre de viviendas, donde no haya riesgo para otras personas.
Yo lo hice aquí en la zona de Tegucigalpa, volé hacia el Zamorano y de allí estuve haciendo maniobras de giro de 10, 20, 30 grados, ascensos, descensos y aproximación a Toncontín.
Fue para mí algo bonito. Volamos hacia el sur, miré el atardecer, porque volamos desde las de las 2:00 de las tarde hasta las 4:00 aproximadamente. Una experiencia maravillosa.
Cuando aterrizamos había la sensación de estar temblando. Ya cuando la adrenalina bajó, sentí nerviosismo y «tembladera» por la experiencia, pero fue algo maravilloso, una bendición y un honor para mí.
¿Cómo ha sido la experiencia de ser piloto y sacerdote en Honduras?
Al principio tenía un temor porque, de hecho, muchas veces la gente no toma a bien que el sacerdote haga esas actividades civiles. Sin embargo, me di cuenta de la madurez de la gente, de la feligresía.
Realmente es una experiencia que me ayuda a mí también a fortalecer ese compromiso y ese trabajo. Ser el primer sacerdote piloto creo que sí, pero antes de mí estaba ya el señor Cardenal.
A él lo acreditaron como piloto, incluso, como ha sido fanático de la aviación, el Cardenal maneja tanto avionetas como helicópteros.
Para mí es un privilegio saber que como sacerdote tengo la posibilidad de servir al Señor y también de servir a la FAH. Y bueno, seguir leyendo, formándome para crecer en ese conocimiento sobre la aviación que ayudará a los pilotos a sentirse identificados con su sacerdote, con su capellán.
¿Qué se siente que usted y su hermano sean sacerdotes?
Desde pequeños Juan y yo fuimos formados religiosamente y el mismo sacerdote, el padre Arismendi, nos lanzó la misma pregunta en distintos momentos. Mi hermano, por su edad, que es 10 años mayor, fue al Seminario antes.
Se le pidió en el Seminario hacer un año de experiencia, y en ese año, yo logró entrar y fue donde coincidimos. Estudiamos cinco años juntos y luego fuimos compañeros de la institución por tres años más.
Nos ordenaron el mismo día, él de sacerdote y yo de diacono, hace ya diez años. Ha sido una experiencia bonita, porque desde el Seminario nos hemos apoyado, yo recuerdo bien una frase de él: «tenemos que ser más hermanos». Esa frase me comprometió.
Hermandad de sacerdotes y sangre
No hay duda que en momentos no estamos de acuerdo con lo que uno u otro hace, como toda persona, pero nunca hemos peleado. Dios nos ha permitido ser un apoyo el uno del otro y sentir que no sólo somos hermanos por el sacerdocio, sino que de sangre. Es una doble bendición de la fraternidad y de la familia que somos con él.
El testimonio de vida de Javier Martínez y su nuevo camino como piloto deja en evidencia el servicio a los demás en la tierra. A su corta edad, es un destacado sacerdote católico, que día a día busca ser mejor para predicar con el ejemplo.
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