TEGUCIGALPA, HONDURAS. Podía estar ahí «aquel» con un carro o alguien más con un «carrazo» esperándola, pero ella prefería, en todo momento, aguardar a su Michael Jackson para emprender un camino a pie.
Él traía puesto un pantalón elegante pero un poco corto, lo suficiente para ver, con sutileza, las calcetitas «blanquitas» y rebajar la mirada tantito para observar las zapatillas, muy pulcras, cuyo tono se elegía para cada ocasión.
Tal nitidez en su vestuario fue lo que la flechó y creó en su cabeza, la semejanza con el histórico cantante de Thriller. Desde entonces todo fue una escalada amorosa que ella no podría -ni quería- detener.
Carolina Castillo llegó a amar de forma desmedida a Pablo Gerardo Matamoros. Rápidamente se veían inmersos en un romance que roza las características de la fantasía literaria.
Podría firmar una película con sus vivencias, pero ella accedió a hablar, para el mismísimo Día de San Valentín con Diario TIEMPO Digital sobre su inquebrantable idilio. El vínculo no lo detuvo ni la pandemia ni la muerte.
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Hacía lo que fuera por verlo
Carolina llegó un día a Radio América con el propósito de dejarle almuerzo a su papá, el periodista Jorge Alberto Díaz Castillo. Allí también trabajaba su hermano, Óscar, a quien le soltó una interrogante clave sobre alguien a quien alcanzó a percibir.
«Le pregunté que quién era él y me dijo que Pablo Matamoros. Entonces yo le mandé saludos; así lo conocí, a través de mi papi y mi hermano», recordó.
Como le llamó la atención su distinguida forma de vestir, cada vez se fijaba más en él. Además, era prácticamente inevitable, pues su papá la llevaba a su trabajo los domingos para redactar noticias.
Al principio, Carolina y Pablo solo cruzaban miradas, pero no se hablaban. Como era popularmente sabido, el abogado era serio, callado y fue ella quien tomó la iniciativa para conocerlo más.
Poco a poco fueron relacionándose más, hasta el punto en el que ella le decía a Óscar -quien jugó un rol fundamental- que le mandara más saludos y ¡qué Pablo la fuera a traer al colegio!
«Si era atrevida yo porque lo llamaba hasta de teléfonos públicos, para que mi mamá y papá no me cacharan. Yo me le escapaba a mi mami los sábados, porque ese día él salía temprano y así podía visitarme; yo lo sonsacaba», relató.
Sin necesidad de lujos
El trayecto inicial se convirtió en cinco años de noviazgo. Carolina cuenta que ninguno de los dos recibió en su momento una herencia o venían de familias adineradas, pero eso a ella no le importaba y prefería aguardar a Pablo para caminar juntos.
«Pablo venía por mí y yo le decía: ‘mirá cómo es el amor. Vos venís a pie para esperarme y ahí está un muchacho en un carro esperándome. Está el otro en un carrazo y mirá con quién me vengo, eso es amor'», recordó Carolina
Es así que la entrevistada dice que esa es precisamente una muestra de amor puro, que ambos empezaron desde cero. Apuntó que no se trata de una «luna de miel«, sino que más bien a veces uno tenía algo de dinero y el otro no, pero sabían complementarse, que era lo que realmente importaba.
«Yo siempre le dije a Pablo que esto es una empresa donde él y yo somos socios, y no es nada fácil. Nos necesitábamos y nos convertimos en una sola persona como cuando nos casamos. Yo siempre supe que era la otra costilla de él», agregó Carolina.
No habían terminado la universidad, no tenían carro y menos casa, pero ella asegura que, con el tiempo, Dios les fue proveyendo porque son personas trabajadoras.
Un marido que la edificó
Su conexión era muy especial. Prueba de ello es que, si solo a uno de ellos le gustaba una actividad, el otro se involucraba en la misma solo con el propósito de verse sonreír mutuamente.
Y es que Pablo, más allá de su papel como coordinador de prensa en Hable Como Habla (HCH), era un esposo ejemplar. Así lo describe su mano derecha, quien se enorgullece en llamarlo el amor de su vida.
Carolina agradece al creador, porque afirma que le dio un hombre maravilloso, alguien íntegro, incapaz de mentir y que ni siquiera «engavillado» pasaba. «Su vicio era estar conmigo«, acotó la dama.
Ella define a Pablo como el hombre que cualquier mujer desearía. Reconoció que no era un hombre guapísimo, pero hizo hincapié en que tenía un gran corazón e intachables principios.
«Él me hizo una mejor persona, me enseñó a sentirme protegida y que existe el amor verdadero y fiel. Nunca tuve el problema de que vinieran contarme que lo habían visto haciendo algo malo, nunca me gritó y fue un hombre muy tolerante», describió.
Amor más allá de la muerte
Seguido, confesó a TIEMPO que si ella volviera a nacer se casaría con él, aunque tuviera la certeza de que él moríría primero, dejándola con un indescriptible dolor.
El uno de julio de 2020, Pablo perdió la vida tras una larga lucha contra la COVID-19. Dejó físicamente a su amada «Lai», como le decía, tras 36 años juntos (31 años de casados más el lustro de noviazgo).
Carolina mencionó que siempre lo cuidó de la pandemia. Solía darle la comida personalmente, le decía que se lavara las manos con frecuencia y que botara la mascarilla que ya no servía.
Por tanto, asevera que no tiene duda alguna que él se infectó cuando estaba trabajando, lo que más hacía. Sin embargo, se dice a sí misma que son cosas ya escritas en el destino.
«A ocho meses de haberlo perdido, yo ya acepté la voluntad de Dios. Yo le digo a mis hijos que tenemos un ángel. Él sigue siendo nuestro guía en la tierra», dijo inicialmente al referirse a su partida.
Así asimila su desaparición física
¿Cómo afronta la situación? Ella refiere que, de algún modo, Pablo continúa a su lado. Además, ella se ha encargado de mantener viva su esencia.
Carolina historió que ella tiene una foto de él frente a su cama. Cuando entra al cuarto, le dice que ya llegó; cuando se va, le dice que cuide de sus hijos y de ella.
Las cosas de Pablo también están intactas. Sus corbatas justo donde él las tenía y sus gorras donde las guardaba. Los sacos están en el respectivo clóset, mismo que Carolina abre para ver las prendas de vez en cuando.
Los relojes están todos en una caja; solo están faltantes sus perfumes, que quedaron en manos de sus hijos porque tenían fecha de caducidad y ella no quería que se echaran a perder.
«Mientras yo tenga las cosas de Pablo como él las dejó, yo voy a seguir sintiendo que él está conmigo. Yo duermo sola, pero yo lo siento a él, no siento miedo. Mis amigas me dicen que yo era su reina y lo sigo siendo», expresó.
La casa que albergó sus momentos más íntimos, ahora está repleta de fotos donde aparecen juntos en diferentes eventos. Carolina dice que quiere los retratos de su amado por todas partes, porque quiere tenerlo en su mente siempre.
Sin embargo, hay algo que aún no puede hacer y es ver las noticias de HCH y, en especial, los espacios que en los que él figuraba. Tampoco ha tomado el valor para abrir el chat de WhatsApp que tenían.
Enfatizó que todos los días llora por él y que pensó que envejecería junto a él. Reveló que ya tenían planes a futuro y que, en cuanto hicieran los trámites para su respectiva jubilación, se irían de viaje.
Ahora ella visita el nicho de Pablo una vez por semana para conversar con él y desahogarse. Ella está consciente que él ya no está presente, que solo están «sus huesitos», pero le hace bien visitarle.
En cada una de esas ocasiones le lleva tres rosas rojas. Esa acción es tan repetitiva que la señora que vende ya sabe qué es lo que comprará. Además, con un marcador escribe sobre el nicho lo que está sintiendo cada vez que llega.
Primer San Valentín ¿sin él?
Hoy es el primer 14 de febrero que Carolina pasa sin la presencia de Pablo. Ella recuerda que ese día siempre fue bonito y él nunca olvidaba enviarle su arreglo floral. Aclara que le daba lo que ella quería siempre, sin importar la fecha, pero también estaba pendiente de las fechas comerciales.
Empero, no se siente decaída por la llegada de San Valentín. «No estoy triste porque él está conmigo y él me da fuerzas», subrayó.
Carolina ya planificó que se levantará hoy a las 5 de la mañana, saldrá a correr con sus amigas e irá a desayunar. Después leerá este artículo en TIEMPO y, por la tarde, se irá a la iglesia.
Estando Pablo, el cronograma sería exactamente el mismo, pero extrañará la invitación a compartir una comida y la llegada de unas flores. Lo único que nunca le llevó fueron mariachis, ya que él decía que eso hacían los esposos que beben para que no los regañen por llegar tarde.
Carolina y Pablo por siempre
Ella sostiene que Pablo es y será el único hombre de su vida. No tuvo más novios y asegura que, en parte, eso se debió a que él «los corrió», cosa a la que ella asintió porque realmente se enamoró.
«Él fue el amor de mi vida en mi juventud y adolescencia. También lo fue en mi etapa de madre y cuando estaban ya grandes mis hijos, y él se convirtió en mi única compañía», declaró.
Pablo Matamoros se mostró leal con su cónyuge hasta el final. En su lecho de muerte sufrió afectaciones cardíacas y advertía lo que se venía, por lo que llamó a su hijo y le dijo algo importante.
Le pidió que fuera a traer el anillo de bodas, mismo que no se había quitado nunca desde que se casó. Es más, cuando iba a la playa, decía con orgullo que el mismo brillaba por la limpieza del agua.
Con sus últimas fuerzas se comunicó para entregarle a su vástago el anillo y no a «Lai», porque sabía que ella sufriría. Hasta el instante final, pensó en ella.
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