HONDURAS. Su padre, catracho de nacimiento, cruzó el océano Atlántico porque era diplomático. Por tanto, ella nació en Italia, pero las huellas de su infancia y juventud las dejó en nuestro país.
Con el tiempo realizó una nueva migración, pero con las ilusiones que forjó en el seno del país cinco estrellas. Su dedicación la llevó a la cúspide de la ciencia en Estados Unidos. Actualmente, trabaja en una vacuna para la familia de virus más temida del momento: coronavirus.
La doctora Maria Elena Bottazzi es la codirectora del Centro de Desarrollo de Vacunas en el Baylor College of Medicine y el Texas Children´s Hospital (ambos establecidos en Houston).
Políglota, habla de manera fluida inglés, italiano y español. Además, se defiende en el portugués y francés. Pero, ¿cuál es su más bonita forma de expresión? Ayudar al sector que más lo necesita.
La charla que tuvo en exclusiva con Diario TIEMPO Digital nos demostró que utiliza sus vastos conocimientos para elaborar vacunas, iniciativas y programas de tecnología para que lleguen a las personas de escasos recursos.
¿Qué hace una científica en sus tiempos libres? ¿Hay tiempo para el amor? ¿Cuándo veremos la vacuna para coronavirus? ¿Viene frecuentemente a Honduras? Bottazzi apartó tiempo de su apretada agenda para contarnos un poco de su prolífica vida.
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Vida académica ejemplar
Cuando tenía ocho años, la pequeña niña Bottazi llegó al corazón de Centroamérica. En ese entonces, afrontó un primer gran reto: perfeccionar su idioma natal (italiano), aprender bien el español, e incursionar en el inglés.
«No se me dificultó», aseguró la entrevistada acerca de haber tenido que estudiar tres idiomas de manera simultánea. Pero, ¿por qué tuvo que involucrarse en el idioma anglosajón? Debido a que estudió en una institución académica bilingüe de la capital: La escuela ELVEL.
En ese reconocido centro educativo, comenzó a palpitar su anhelo por su actual profesión.
«Recuerdo haber tenido profesores que influenciaron mucho mi interés por las ciencias. Es un orgullo ser parte de esa institución», mencionó Bottazzi.
Luego, se matriculó en la máxima casa de estudios, la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH). Ahí, optó por la carrera de Microbiología y Química Clínica.
«Uno quiere hacer un impacto para la población y los pacientes que lo necesitan. A mí siempre me gustó cómo descubrir y desarrollar nuevas técnicas para prevenir y tratar enfermedades», remembró sobre el porqué de su escogencia de estudio.
Desde ese entonces ya demostró que estaba para cosas muy grandes. Para finalizar su licenciatura, hizo una tesis para averiguar cómo diagnosticar mejor los casos de epilepsia y el porqué de la condición. No obstante, hizo mucho más que sólo indagar lo básico del padecimiento.
«Concluí que la mayoría de pacientes tenía cisticercosis, y esa era la causa. Entonces desarrollé una técnica en base a sangre y suero que determinaba las posibilidades de que hubiera cisticercosis. Esto era mejor, porque la manera que se hacía en Honduras era sacando el líquido cefalorraquídeo, una forma más invasiva» detalló.
La técnica de la compatriota continúa utilizándose hoy en día para realizar los sondeos.
Pero faltaba mucho más en las aulas de clase para la ragazza (joven mujer). Viajó a Estados Unidos para enrolarse en un la Universidad de Florida. Allí, «con la idea de no sólo tener el conocimiento microbiológico, sino que también clínico y químico» sacó un doctorado. Luego, obtuvo su posdoctorado en la Universidad de Miami.
Incursión directa en la ciencia
¿Qué vino después de tantos libros estudiados y conocimientos adquiridos? ¡Más aprendizaje!
«Me fui a la Universidad de Pennsylvania y me metí a un programa de maestría en Gerencia», aclaró inicialmente.
Mas, ¿A qué se debía la intención de seguir con lo académico? O sea, cualquiera diría que ya tenía suficientes herramientas y habilidades para emprender una travesía productiva en el país de las barras y las estrellas. Sin embargo, Bottazzi no había terminado.
«Aunque usted haga ciencia debe tener capacidades de negocio, mercadeo, elaborar propuestas y presupuestos, además de crear consorcios y alianzas», aclaró.
«Lo mejor es que mis profesores eran del área farmacéutica. Tenían ejemplos de ese tipo y se me ocurrió desarrollar tecnologías para prevenir y diagnosticar mejor enfermedades, pero utilizando el modelo que usan las biotecnologías y biofarmacéuticas», amplió.
¿Cómo puso sus conocimientos en práctica?
El corazón de ésta científica hondureña es noble. Por tanto, luego de sacar su maestría, se preguntó a sí misma cómo desarrollaría las tecnologías y fármacos para la gente pobre.
La suerte y los contactos acompañaron el proceso y el deseo. Conoció a Peter Hotez, que trabajaba en la Universidad George Washington.
«Él (Hotez) estaba justo creando un sistema para poder desarrollar vacunas para parásitos y enfermedades tropicales, pero necesitaba alguien que lo ayudara con el concepto gerencial y que tuviera conexiones en latinoamérica. Desde entonces hemos creado un equipo», describió.
El dúo prosiguió para codirigir iniciativas y modelos aplicados a organizaciones sin fines de lucro y programas para tecnologías que lleguen a los pueblos más necesitados. Con ese objetivo, crearon el Centro de Desarrollo de Vacunas.
Allí, ahora ubicados en Houston, en alianza con el Baylor College of Medicina y el Texas Children´s Hospital, han edificado un portafolio con casi una docena de vacunas, entre ellas la que está en proceso para coronavirus.
Vacuna para Coronavirus
Ahora bien, ¿cómo es que este grupo, coliderado por Bottazzi llegó a trabajar en búsqueda de erradicar, al menos parcialmente, los coronavirus?
«Tuvimos la oportunidad de que había una llamada para pedir financiamiento en el 2011 que buscaba cómo poder utilizar plataformas fáciles y rápidas para desarrollar productos para enfermedades pandémicas», inició contando.
«Aplicamos junto a un consorcio de la Universidad de Texas y otro de New York, además del apoyo de una entidad de manufacturación gubernamental, y nos ganamos la posibilidad de desarrollar la vacuna contra el coronavirus SARS (el brote de 2003)», añadió.
El equipo de Hotez y Bottazzi tenía en su poder una molécula del virus, una proteína. Era una parte de la corona y que éste agente intrusivo utiliza para acoplarse en las células humanas y entrar al organismo.
«Nuestra hipótesis era agarrar la proteína, que el paciente creara anticuerpos contra la proteína, y los anticuerpos bloquearían el acoplamiento del virus, previniendo la infección», esclareció.
Debido a que el grupo tiene una alianza con otro centro hospitalario en Galveston, en esas instalaciones hicieron pruebas y demostraron que la proteína extraída protegía contra la infección y evitaba la muerte de animales.
Proteína en común de los coronavirus
Un factor que mantiene al descubrimiento en vigencia es que la genealogía de los coronavirus no ha mutado excesivamente.
Según la especialista, el SARS y el actual COVID-19 son «80 por ciento similares«, consiguiente, utilizan la misma proteína para entrar a las células humanas.
La doctora enfatizó lo anterior mediante un ejemplo: «El suero que se utilizó con los pacientes del SARS se usa para neutralizar el COVID-19. Son tan similares que, si usted inmuniza la proteína, el paciente puede desarrollar anticuerpos que lo protejan».
¿Qué efectividad tendría la vacuna? «El porcentaje es muy difícil determinarlo. La hipótesis es que podría ser al menos un 30 por ciento, que sería útil y mejor que cero», apuntó Bottazzi.
De manera específica, el tratamiento iría dirigido a los más vulnerables, las personas de la tercera edad y el personal médico que lidia directamente con la pandemia. ¿Cuándo podremos ver este formidable avance científico en acción?
«Es un proceso bastante largo. Primero se hacen los análisis de laboratorio, luego la manufacturación. Después de eso, se tiene que hacer un estudio de toxicología para evaluar que la vacuna no vaya a hacer nada malo en el huésped. Este proceso (toxicología) dura de seis a nueve meses», comenzó explicando.
Y profundizó dando todos los detalles: «Al mismo tiempo uno prepara los paquetes regulatorios, los procedimientos para pedir permisos, y se desarrolla el concepto clínico. El estudio clínico normalmente es otro año; se inmuniza a la gente y se les da seguimiento, procurando que no haya síntomas adversos».
Posterior, en base con lo dicho por la doctora, prosiguen los estudios de eficacia, que toman otros dos años. En síntesis, la población común podría beneficiarse del tratamiento en unos tres a cinco años.
Vínculo con Honduras
La dedicada profesional asegura que se ha mantenido en contacto con el gremio microbiológico de la UNAH. Además, trabaja en cooperación con grupos de la Secretaría de Salud.
«Siento que nunca me he ido de Honduras. Haciendo proyectos, ayudando a forjar consorcios, desde aquí he logrado incentivar un poco al gremio para que la gente joven se interese en estas áreas de la salud, especialmente en la importancia de hacer investigación y desarrollo», afirmó.
Es importante saber que no se desapareció del territorio nacional, la científica viene tres o cuatro veces al año.
En uno de sus viajes recientes, recibió el honor, más que merecido, de ser inducida a la Academia Nacional de Ciencia en Honduras. Recibió un pergamino por su destacada labor en el rubro. Para ella, ése fue un hecho fundamental, ya que esa organización es «muy importante para hacer avances en Honduras».
¿Se siente identificada con el país? Le preguntamos directamente a la microbióloga.
«Claro, siempre. Me levanto cada día pensando en qué hago que puede ser aplicado a nuestros países, esencialmente a Honduras. Mejorando a Honduras se mejora Centroamérica», contestó con firmeza.
Más allá de su vida profesional
Sin duda que Maria Bottazzi es un ejemplo y un orgullo nacional por su increíble trabajo en los laboratorios. No obstante, aunque sí dedica bastante tiempo a ese rubro, tiene otras pasiones y aficiones.
«Me gusta leer y la cocina. Además, aprender de otras culturas. Viajo bastante, por lo que tomo el momento de hacer una pausa y aprender la gente y sus culturas», comentó.
Su felicidad es compartida, pero no precisamente con un cónyuge. ¿Hay amoríos?
«(Ríe) De vez en cuando. Nada muy especial. Estoy dedicada a trabajar y compartir con mi familia y creo que eso es lo principal», dijo.
Precisamente, sobre su familia, nos contó que tiene dos hermanos, uno hondureño que vive en Carolina del Norte. Tiene una media hermana que vive en Milán. Tiene el apoyo incondicional de su padre Luis Bottazzi, quien radica en Honduras junto a su tío Ángelo y sus primos. Sus parientes Suárez-Zelaya siempre han estado presentes.
¿Qué mensaje envía a sus compatriotas?
«Estoy orgullosa de ser hondureña. Ojalá logremos hacer algo con esto del coronavirus, pero, aunque no lo hagamos, estamos creando un precedente. Como yo, hay miles de personas que están aportando a que el país y el mundo sea mejor», precisó.
Además, tiene palabras para la juventud hondureña: «Les digo que siempre busquen a la gente positiva, la que no crea negativismo. No debe hacer una competición».
Por último, dijo que todo lo que ella ha aprendido está lista para externarlo en cualquier momento.
«Uno siempre tiene que dejar planes de sucesión. Todo el conocimiento mío no es para que me lo lleve a mi tumba. Es para poder transferirlo. Estos problemas que tenemos no van a ser resueltos durante mi vida en este mundo, sino que lo van a tener que seguir las nuevas generaciones», concluyó.
Maria Elena Bottazzi no conoció a Honduras desde su nacimiento, pero aprendió a querer a la nación. Ahora, desde los más sofisticados laboratorios pone en alto la bandera de color azul turquesa y una franja de paz. Con los utensilios de la ciencia encontró la forma de ayudar al prójimo a encontrar salud que le permita desarrollar una vida plena. Su historia dejará un legado imborrable y un estridente clamor de ¡sí se puede!