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viernes, noviembre 22, 2024

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HONDURAS. Un personaje reconocido en Honduras, y sobre todo en El Progreso, dirá adiós este 31 de enero, tras largos años de formar grandes talentos y fanáticos del teatro: el Padre Jack Warner deja vacío y nostalgia en muchos hondureños, al retornar a EEUU.

El periodista Lenin Berríos, su amigo, tuvo la oportunidad de conversar con él, y relató cada una de sus anécdotas.

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Su vida, sus testimonios, sus amigos y sus enseñanzas están aquí en Honduras, por tanto, la tristeza se notó en su rostro al momento que le dieron la noticia. Pidió más tiempo para quedarse, y por eso su plazo fue alargado para el 31 de enero.

El jesuita de origen norteamericano, pero hondureño de corazón, logró crear el primer teatro de la cultura popular de nuestro país, y quizás, también, el primero de América Latina.

Sus manos han moldeado un incontable número de jóvenes, que desde las barriadas y comunidades más humildes, han llegado a forjar personalidades valederas ante la sociedad en que vivimos.

¿Cómo lo recibió el padre?

El pasado mes de noviembre, el Padre Jack Warner recibió un correo electrónico de su superior Jesuita, en el que le notificaba que en los próximos días debía retornar a los Estados Unidos, debido a que su salud es delicada y necesitaban tenerlo cerca para cuidarle.

De inmediato empezó a buscar excusas y cómplices para intentar cambiar esa decisión, pero fue imposible convencerles. Les dijo que tenía muchas cosas pendientes por resolver antes de poder partir, siendo la principal el Teatro La Fragua.

Lenin Berríos contextualizó todo tal cual lo presenció:

Salió de su modesta oficina conteniendo las lágrimas. Vio al elenco del teatro trabajando en una de las obras y escuchó la voz grave de Edy Barahona, su director artístico, dando instrucciones. Se quedó para observar, vio a su alrededor. Las graderías, las luces apagadas, el viejo telón y los cuadros que por muchos años han colgado en la entrada.

Iba y venía en el tiempo. Sólo él sabía que, irremediablemente, había llegado el momento de decirle adiós a todo, de dejar ahí un pedazo de su alma. No quiso interrumpir. Regresó a la mesa que le sirve de escritorio para empezar a ordenar las cosas y a organizar su plan de salida.

Le perturbaba la idea de que el teatro no lograse seguir adelante sin su presencia, que sería el fin de todo lo que con tanto sacrificio habían forjado, pero luego cayó en la razón de que con todas las herramientas de comunicación con las que contamos actualmente, podría estar virtualmente presente en todo momento, para cualquier cosa que necesitasen.
Finalmente, sus superiores en San Luis, Misuri, accedieron a darle dos meses para que organizara a su equipo de trabajo y definieran una estrategia para que el teatro continuara con su plan en tiempos de pandemia.
“Hay tantas relaciones personales, especialmente con la gente del teatro, ya que es toda una vida que llevo aquí, extrañaré todo esto. Honduras es mi país, yo siempre voy a ser un exiliado en los Estados Unidos”, le expresó Jack a su amigo.

Regresa donde nació

El padre Jack indicó que su destino es una comunidad que reside en el interior del campus de la Universidad de San Luis, donde llegan para su retiro los Jesuitas jubilados.
«Me voy con mucha tristeza, porque me ha encantado mi tiempo en Honduras, me considero un hondureño más y me hará mucha falta su gente, sus paisajes y todo lo hermoso de esta tierra”, apuntó.
Durante 42 años se entregó en cuerpo y alma a su misión evangelizadora y a su pasión por el teatro en El Progreso, y siente que deja una herencia de expresión artística, algo vital para todos los pueblos.
“El problema de Honduras es que este ministerio es ocupado casi siempre por políticos, no por artistas o personas que le apuesten a la cultura, como en su momento lo hizo Rodolfo Pastor Fasquelle, quien siempre estaba dispuesto a respaldar cualquier iniciativa o proyecto que le presentáramos”, sostuvo.
El plazo concluye este domingo 31 de enero, día en que el padre Jack deberá abordar el avión que lo lleve de nuevo a Misuri. El boleto ya está listo, pero Jack aún no, nunca lo estará.

¿Quién es?

Jack Warner vio la primera luz en Virginia, Estados Unidos, un 18 de octubre de 1944. Hijo de un piloto de la segunda guerra mundial, vivió en diferentes lugares por el traslado continuo de sus padres a bases militares.

La primaria la estudió en Arkansas y San Luis y posteriormente la secundaria en el colegio de los Jesuitas de San Luis, para después lograr el primer título de licenciatura en filosofía.

Desde muy joven empezó a participar en obras teatrales, tanto de la iglesia como de grupos comunitarios, y años después ingresó al Conservatorio de Teatro de Chicago, donde se formó profesionalmente dentro de estas artes escénicas.

Comienzos del teatro

El padre Jack contó que un pequeño grupo de amantes del teatro cobró vida en Olanchito el 19 de julio de 1979, con el estreno de su primera obra, en una casita de adobe de la parroquia que fue convertida en algo parecido a una sala de teatro muy sencilla, con capacidad para unas 80 personas.

“Ahí presentamos una obra que llamamos II Juegos X, compuesta por tres obras cortas: ‘El Asesinato de X’, ‘Juegos Peligrosos’ y ‘Las dos caras del Patroncito’, que fue una adaptación del teatro campesino de California”, expresó.

Jack Warner Teatro La Fragua

Sobre la razón de trasladar el grupo a El Progreso, relata que se debió a que en tiempos de invierno Olanchito quedaba aislada por las inundaciones, lo que les impedía salir a realizar presentaciones a otras comunidades.

El grupo se instaló en El Progre­so en 1980 y después de varios años de trabajos de remodelación del edificio, quedó como una sala que contiene todas las áreas y secciones que requiere un moderno y bien distribuido teatro, centradas en un espacio escénico semejante a un teatro arena que puede acomodar a unos 300 espectadores.

Testimonio

Mercy Berríos Sosa, una teatrista de Tegucigalpa que admira a Jack, compartió a través de una historia su agradecimiento al padre. Ahí, relató que creció en una casa donde veía todos los días al padre, pues cada enero enviaba a su madre el calendario de teatro.

Cuando cumplió sus ocho años, lo vio en el Teatro Nacional Manuel Bonilla. Lo recuerda como un momento emocionante, lo expresó como si hubiese visto a Michael Jackson, era su Freddie Mercury, dijo.

Finalmente conoció a su ídolo. Le pidió a su madre que los presentara, mientras él estaba con su típico cigarrillo en mano y destellaban sus ojos azul profundo. Él le preguntó a la joven si le gustaba el teatro, porque «el teatro era para siempre». 

Ella no entendió en ese momento, pero ahora, según mencionó, las palabras del padre las entiende, comprende, vive y analiza.

Jack Warner Teatro La Fragua


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