SAN PEDRO SULA, CORTÉS. La pandemia azotaba con fuerza, en Honduras, la situación económica se agravaba: muchas empresas cerraron, varias fuentes de ingresos dejaron de existir y cientos de personas perdieron su trabajo. Y entonces, Eduard Lozano decidió que debía intentar llegar a los Estados Unidos.
Julio de 2020, uno de los meses con mayor propagación de Covid-10 en la nación cinco estrellas, fue el que escogió Lozano para iniciar su viaje. Irse ‘de mojado’ siempre es riesgoso, pero él tendría una dificultad agregada: la normas sanitarias para cruzar hacia países vecinos y la exposición al virus.
Pero su motivación era más grande que todos sus miedos. Eduard anhelaba reunirse de nuevo con sus familiares en EE.UU., incluyendo sus hijos, y ayudar económicamente a los que aún permanecen aquí. Entonces, un día por la mañana, tomó una cuantas ‘mudadas’ para su viaje, agarró un poco de su dinero ahorrado, se despidió de quienes viven en su hogar y se fue.
No saben dónde está
No todas las personas que se van hacia EE.UU. logran alcanzar su ‘sueño americano’, pues muchísimos son encarceladores y posteriormente devueltos a su país, sanos y salvos, pero con sus aspiraciones destrozadas. Sin embargo, a la familia de Eduard le está tocando vivir otra cara de la moneda, pues no saben dónde está él.
«Hace seis meses que mi hermano salió, pero les pido, por favor, si me pueden ayudar a encontrarlo, saber de él, porque es de suma importancia para mí y mi familia», fueron las palabras de Jennifer Lozano Velásquez, hermana de Eduard.
A seis meses de su salida, su familia no sabe en dónde está el muchacho de 28 años, tez morena, con tatuajes en sus brazos y hombros. De lo único que tienen certeza es que Eduard sí estuvo cerca tierra estadounidense, pues según Velásquez, «la última comunicación que se tuvo es que estaba a dos horas de Phoenix».
Phoenix es la capital del Estado de Arizona en el suroeste de los EE.UU., el cual colinda con el Estado de Sonora, México. ¿Pudo o no pudo cruzar? Esa es la pregunta que sus seres queridos se hacen, pues, desde entonces, no han hablado con él otra vez.
Lo preocupante para la familia es que «No aparece en ninguna base de datos de migración», y a pesar de las constantes consultas y llamadas telefónicas hechas, no consiguen dar con su ubicación.
Tristeza, pero sin perder la fe
Ante tal situación, sólo resta apelar a la solidaridad común, de personas en Honduras, México y EE.UU., por lo que Jenifer hizo un llamado general, por «si alguna persona lo ve, o tiene alguna información, contactarse conmigo. Ahora somos nosotros quienes necesitamos reencontrarnos con nuestro familiar».
La incertidumbre y tristeza invade cada vez más a Jenifer y demás familiares, al punto que «lloro cada noche al ver a mis hijos y saber que lo único que él deseaba era abrazar y estar con los suyos«.
Una señal, un pequeño indicio de que está sano y salvo es lo que su familia necesita. Jenifer afirma que le entristece imaginarse que «me estoy llevando un bocado de comida a la boca y que quizás él no lo esté haciendo».
Los días siguen pasando, y aunque haya quienes les trasmiten desesperanza, no descansarán hasta encontrarlo.
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