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jueves, noviembre 21, 2024

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Hay una frase que dice: «Nunca es tarde para emprender un nuevo rumbo, vivir una nueva historia o construir un nuevo sueño».

Este pensamiento aplica Erika Melissa Bonilla, quien debido a malas amistades, tomó, en su momento, decisiones incorrectas que la llevaron a estar recluida en la Penitenciaría Nacional Femenina de Adaptación Social (PNFAS). Ahora es una nueva mujer.

Erika contó su historia de rehabilitación a Diario TIEMPO Digital, una especialmente llena de reflexiones, emprendedurismo y amor.

Como todo joven, tomó decisiones que la llevaron al fracaso y a cosas que «indiscutiblemente nos llega a tener problemas«.

«Yo tuve problemas en el 2015 y estuve presa. Tuve problemas por cosas ilícitas, drogas y venta de cosas ilícitas», contó Erika a periodistas de TIEMPO. Pasó al menos año y medio en la PNFAS.

Salió de PNFAS en el 2017 como una persona nueva. Sin embargo, a pesar que se rehabilitó, los fantasmas del pasado la acecharían sin piedad: «Tuve problemas con personas, que incluso quisieron quitarme la vida».

«Después de eso, no decidí, fue Dios quien tocó mi corazón y uno no puede decir que no. Allí decidí apartarme, rehacer mi vida, porque tampoco tenía pareja», contó Erika.

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Perdí a mi madre y traté de llenar vacíos

Erika, antes de estar en prisión, perdió a su madre, lo que fue un golpe duro y la llevó a refugiarse, en «falsas amistades», que la condujeron al camino del mal. Su paso por vicios y acciones ilícitas causó que perdiera a su hijo; quedó bajo tutela de sus abuelos.

«Perdí a mi mamá, y al final son cosas que marcan. Después de perder a mi mamá y de cosas anteriores que pasaron, traté de tapar vacíos, espacios y definitivamente, solo Dios puede, pero es en lo último que pensamos», contó.

Además, relató que cuando ella estuvo en PNFAS, ella se puso a reflexionar, que allí es donde se pierden amigos, «uno se da cuenta quiénes son amigos y familia».

«Dios tocó mi corazón y decidí empezar una nueva vida, una vida tranquila y diferente a la que llevaba anteriormente; esa vida que me hizo perder a mi mamá, hasta a mi hijo, él no quería estar conmigo».

Erika, ahora tiene una buena relación con su hijo y comparte con su esposo.
Erika, ahora tiene una buena relación con su hijo y comparte con su esposo.

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No fue fácil al principio

Erika relató que al inicio, cuando decidió cambiar el rumbo de su vida, no fue tarea fácil, pero «también, allí viene lo bonito, donde Dios empieza a obrar en la vida de uno».

Luego de un tiempo, ella conoció a su esposo, la comunicación con su hijo mejoró. «Nunca me imaginé que a mis 31 años yo me iba a casar, que iba a formar una familia. «Allí, Dios empezó a hacer muchas cosas».

Con el paso del tiempo, a Erika se le comenzaron a abrir puertas. «Me casé muy bien, como yo quería. Antes no me lo imaginaba y me casé como Dios manda, tengo mi hijo. Todo ha cambiado».

Erika, el día de su boda. Comentó a TIEMPO Digital, que nunca pensó que se casaría, sobre todo, luego de lo que había pasado.

He probado de todo

Luego de contarnos parte de su historia, Erika se adentró un poco más en sobre como inició su emprendedurismo. «Probé de todo», confesó.

«Hay desconfianza de la gente, está el temor de que uno vuelva a recaer en las malas mañas. Hay miedo de la gente». Pero a ella siempre le gustó el emprendedurismo, pero no tenía dinero para iniciar y no sabía qué hacer.

Se le presentó la oportunidad de vender pan. Le compraba el pan a una empresa y luego le revendía, al inició todo iba viento en popa para su pequeño negocio, y luego de un tiempo, hubo números rojos, las ventas cayeron y «ya no podía hacer nada».

Luego, Erika consiguió un trabajo en una pulpería, volvió a vender pan y las ventas cayeron nuevamente. Mi esposo también, tuvo momentos duros, a veces el trabajo de él le daba y a veces no.

No me fue bien, decidí probar con otra cosa

Luego de un tiempo, gracias a una amiga, se contactó con la Cámara de Comercio e Industrias de Tegucigalpa (CCIT), donde recibió todos los insumos necesarios para aprender a elaborar pan.

Comenzó a producir pan en su casa y lo vendía en la calle; pero no fue lo que ella esperaba, le fue mal, «no se vendía».

«Inició la pandemia, y lo poco que vendía que eran postres y pan, ya no se me vendían. No tenía fondos y mi esposo se quedó sin trabajo», contó.

Luego encontró un lugar donde vendían «chamoy» y otros productos mexicanos. «Es un proveedor que me envía los productos. Ellos lo venden por mayor y me está yendo bien. Me va mejor».

Erika no se conforma y también le apuesta a la venta de camisas y pijama que la gente le encarga. Ella, manifestó que no ha sido fácil, «pero al final, Dios siempre da respuestas«.

Para finalizar, Erika, manifestó que decidió contar su historia para concientizar a los jóvenes, «porque ahora es sorprendente ver a niños de 11 y 15 años que andan en eso. Todo joven que anda en eso, tiene algo, el motivo del porqué, si es porque les gusta. Hay otros que han sufrido en sus casas y otros que han sido abusados sexualmente y golpeados».


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