HONDURAS. Le hago una cordial invitación. ¿Le gustaría acompañarme a la parada de buses de la colonia Alemán en Tegucigalpa? No se preocupe, sé lo que está pensando. En tiempo de pandemia es mejor no salir.
Sin embargo, la idea no es que usted salga de la comodidad en que se encuentra leyendo las piezas periodísticas de Diario TIEMPO Digital. Pero, sí quiero invitarlo a que conozca a una persona que ronda todos los días por ese sector: la «Señora de los Perros».
Un título así parecería como que estoy por contarle una leyenda o un relato urbano. Mas, no es nada tétrico o atemorizante. Por el contrario, la intención es que usted conozca un alma noble, que, a pesar de sumar ya un amplio recorrido, persiste en dejar su marca inolvidable.
El natalicio de doña Elvia Rosa Gómez se registró el 29 de octubre de 1921 en Tegucigalpa. Sí, está próxima a sus 99 años de edad. Sin embargo, está lúcida y con muchas fuerzas; con algo de ayuda de su nieta, cuyo nombre es el mismo en su honor, me relató sus vivencias.
Sus primeros años
Elvia cuenta que en su infancia vivió en El Obelisco, cuando el río cercano era «cristalino». Recordó que, en aquel entonces, ese era el sitio donde los lugareños bañaban y lavaban ropa.
Estudió toda su primaria -que entonces era hasta quinto grado- en la Escuela República de Argentina, ubicada en Comayagüela. De inmediato, surgió la pregunta esperada. ¿Era buena estudiante?
Lo que sí fue algo sorprendente fue su respuesta; sin embargo, denotó que es una persona muy sincera. «Uy no, no serví para nada», aseveró, sin tapujo alguno.
Asimismo, remembró que, cuando tenía vacaciones del centro educativo, salía con su madre, Isabel Gómez, a vender lácteos. Recorrían las calles vendiendo queso, quesillo y mantequilla.
Sin embargo, al terminar su educación básica, no prosiguió. Aseguró que un médico le pidió a su madre que no la pusieran a estudiar más.
Después de eso, Elvia laboró sin cesar. Desde niña le encantó el trabajo, pues afirma que bajo ese ideal la crió su madre. Salían en muchas ocasiones rumbo a San Lorenzo (zona sur de Honduras) y llevaban mercancía para vender. Desde allá traían más cosas -hasta pescado- y las vendían por doquier.
No obstante, no se quedó solo como una asidua comerciante. Luego, aprendió a costurar en un taller. Gracias a eso, consiguió empleo es una fábrica de unos «turcos», donde hacía camisas de hombre.
Además, lejos de su quehacer en la empresa, también hacía sus «encarguitos» por aparte. «Me fue bien con la costurería, hacía delantales, gabachas y más», comentó.
Más sobre su familia
Ramón Reyes la engendró, pero, no es algo agradable para ella recordarlo; él se desmarcó de su responsabilidad como padre. «No me reconoció, dijo que yo no era su hija», lamentó Elvia.
Fue hija única, por lo que ella cuidó de su madre en sus últimos días. Cuando su doctor dijo que ya no había más remedio, le compró un cajón y posteriormente la enterró.
En torno a su vida amorosa, se casó con Felipe Zúniga, un constructor. Él era un amigo bastante cercano del exmandatario Tiburcio Carías Adino. En ese andar, Elvia también conoció al expresidente Juan Gálvez; incluso externó que los papás del cardenal, Óscar Andrés Rodríguez, eran sus compadres.
Con su esposo, procreó a su primer hijo, que se llamó Felipe. Sin embargo, su vástago se suicidó. Tomó una pistola y se disparó en la cabeza; aunque Elvia no dijo más sobre ese suceso, su nieta confesó que su abuela aún conserva la porción de un periódico que sacó la noticia.
Luego, el amor la encontró por segunda vez. Se volvió a casar, ahora con el abuelo de su nieta Elvia. En ese romance tuvo un hijo más, quien también ya pereció.
No obstante, su nieta reveló que ninguno de sus dos retoños tuvieron el mínimo interés de cuidarla o buscarla mientras ella envejecía. «La dejaron en la calle», atizó.
Asimismo, doña Elvia tiene otros tres nietos y varios bisnietos. Es decir, tiene una vasta descendencia, pero nada de su ascendencia. Toda su línea sanguínea que la antecedió -o contemporánea- ya no existe.
El «secreto» de su longevidad
Con 98 años encima cualquiera pensaría que su estado de salud estaría comprometido, que tiene achaques, o que no es una persona muy activa. Ella desafía las creencias populares.
No padece de enfermedades cardíacas, tampoco de diabetes ni de ninguna patología de base. Es una mujer longeva muy sana. Además, no tiene problemas para andar «de arriba para abajo».
¿Cuál es su secreto? Le pregunté. Era una pregunta indispensable. Debía averiguar cuál es el antídoto o qué favorecía su casi centenar de años y sintiéndose tan bien. Una vez más, me dejó atónito con su respuesta.
Pensé que diría que no ha tenido vicios en su vida, que toma remedios naturales, o que solía hacer ejercicio con frecuencia; algo por el estilo. Mas, clamó de forma eufórica: «¡El amor a Cristo! y también la oración».
«La iglesia es primero, después lo demás», agregó con firmeza. Seguido, comentó que continúa siendo una visitante infalible en las reuniones eclesiásticas; por tanto, está molesta porque actualmente están cerrados los recintos de adoración divina.
Amor a la calle
Es interesante conocer cuál es la rutina de una mujer que avizora su llegada a los tres dígitos (100 años). Elvia, su nieta, nos relató brevemente cómo es el día a día de su abuela.
«Se levanta desde las 4:30 de la mañana, tempranito. Después toma café y desayuna. Luego le abrimos la puerta para que se vaya», detalló.
Sin embargo, ¿para que ella se vaya hacia dónde? Bueno, cabe decir que la señora Elvia ama salir a la calle. No hay un solo día que se quede encerrada en su hogar; aún en plena pandemia de COVID-19, se aventura al «laberinto estructural» de la capital.
La anciana explicó que su anhelo por salir siempre es debido a que «la calle distrae». En ese sentido, contó que una amiga suya, que tenía mucho dinero y hasta alquilaba casas y tenía una pulpería estaba «quedando como loca».
Sin embargo, esa amistad visitó un galeno y él le dijo que saliera a la calle para que se sintiera mejor.
Por tanto, ella no deja de salir. Incluso, en este tiempo de crisis sanitaria, camina por las calles sin mascarilla o alguna protección. Al respecto, volvió a hacer una alusión a sus creencias religiosas. Acotó que no le da miedo andar así porque «camina con Cristo».
«Me levanto y oro el padre nuestro. También antes de salir, cuando llego y cuando me acuesto. Siempre estoy en oración porque eso es lo que le gusta a Dios», manifestó Elvia.
«Señora de los Perros»
Ahora bien, no es cuestión de que Elvia sale simplemente a deambular por ahí. Sale con propósitos. Para empezar, siempre lleva consigo un grupo de manteles.
Esas piezas de tela, con habitualidad, se las consigue su nieta. Pero, ante los toques de queda, ahora las consigue a través de conocidas. Lo que hace ella es revender los productos y así se agencia algunos centavos.
Después, compra pan y carne (bistec) y se aproxima a la parada de buses en la colonia Alemán. De inmediato, se sienta o se recuesta sobre las aceras y comienza a alimentar a los animalitos que llegan. Usualmente la rodean los perros y las palomas.
Es por esa acción tan noble que se ganó el apodo de la «Señora de los Perros». Y es que ella ama a los seres vivos; dijo que desde chiquita le gustó eso de darles un bocadillo a los animales callejeros.
«Toda la vida me han gustado los animales. Quiero a todos; a los gatos, perros y palomas», expresó la entrevistada. Es decir, sin importar su edad, ella es la guardiana de los animales del sector, que siempre están a la expectativa de qué les llevará.
Según especificó, otro porqué de que vende manteles es porque le gusta sentirse más útil. Es una señora muy independiente, que no le gusta que hagan las cosas por ella. Con el «billetío» que le sobra, lo guarda y tiene sus ahorros. No anda pidiendo nada.
Aunque, sí admitió que cuando se encuentra gente por la calle a veces le regalan dinero o algo de comer. Eso sí, aclaró que si identifica que le dan algo por pura lástima lo rechaza, dado que ya no circula en búsqueda de limosnas.
Además, no platica con quien sea que se encuentre. Elvia sostiene que es capaz de diferenciar entre «la gente que es ‘chusma’ y la que no». Es más, tiene un dicho personal, que es que cada quien debe seleccionar sus amistades como si eligiera la raza de un perro.
Otro detalle que cabe resaltar es que todo lo que a ella le dan, ya sea una galleta, una fruta o un jugo, ella no lo consume; sino que lo lleva hacia su casa y lo comparte con sus nietos.
¿Tuvo COVID-19?
Tras esas continuas travesías por los callejones de la capital, hace unos meses doña Elvia, pese a que es poco común, se enfermó. Estuvo un par de días con un dolor de cabeza intenso, pero no dejó de salir.
Según su nieta, su «viejita» tenía síntomas similares a los de la COVID-19. Por tanto, batalló con ella para llevarla a un centro de salud, aunque ella no quería. No se le realizó una prueba, por lo que no se confirmó si padeció o no esa condición.
Sin embargo, tan fuerte como es ella, se curó en nada más un par de días del malestar que la aquejaba.
«No le gustan ni las pastillas. Cuando se enferma no suele tomar nada; asegura que el doctor solo es Dios. Reniega cuando se le lleva al médico y dice que los profesionales de Salud no saben nada», describió su descendiente.
Más sobre Elvia
La personaje de esta historia, una mujer casi centenaria, es única, sin duda. Como la dama de iglesia que es, mencionó que el servicio a Dios es lo que más ama en la vida.
Otra muestra de lo que llena su corazón se evidencia en que ella hace regalitos a sus vecinos para que se lleven bien y puedan convivir en paz. Siempre tiene en mente el mandamiento bíblico de amar al prójimo.
Pero, por otra parte, aseveró que lo que le disgusta de la vida es el egoísmo de la humanidad.
Además, es una mujer con un carácter fuerte. Por ejemplo, cuando ella regresa a su morada en mototaxi, si el conductor no le quiere cobrar, le tira el dinero. Eso, dado que considera que ellos están trabajando y no pueden perder sus ganancias.
Igualmente, cuando ella regala unos «centavitos» a alguien y no los agarra, ella se enoja, toma los billetes y los rompe.
Empero, su rigidez en ciertos aspectos no significa que sea una mala persona. Por el contrario, es una persona que se preocupa por los demás, cuida de los animales y tiene valores e ideales arraigados.
Verbigracia, es gracias a ella que sus nietos Elvia y Alexander saben leer y escribir. «Nunca nos dejó la mano. Sólo parirnos le faltó», enfatizó Elvia.
Ahora, usted ya conoce un poco más de la «Señora de los Perros» que es usualmente vista en la colonia Alemán. Si usted tiene la dicha de encontrarla, seguro que estará con algún animalito por ahí. Y, sólo por cualquier cosa, sepa que a ella le encantan los frijoles, las frutas, y el pollo frito.
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