¿Papá?, «crecí sin él, desapareció». ¿Mamá? «Migró cuando yo tenía 10 años». ¿Facilidades? «Vengo de una familia con bastantes dificultades y limitaciones».
¿Sabía usted, que el término «pedregal» define un lugar lleno de piedras? Bueno, el protagonista de esta historia se crió en la colonia El Pedregal de Comayagüela. El nombre del sitio que lo vio crecer no podría estar más de la mano con su vida.
Y es que su camino nunca fue sencillo, repleto de obstáculos, como si fuera un pedregal. Pero, se esforzó y sacrificó mucho en búsqueda de su anhelo, crecer como pintor. Quizá el término que mejor le quedaría es «artista», pero la humildad que denota lo abstiene de imponerse un calificativo como tal, y prefiere solo agradecer cuando así le llaman.
César Román, prolífico y distinguido pintor hondureño, conversó en exclusiva con Diario TIEMPO Digital. Se sinceró y nos permitió conocerlo más allá de lo que plasma en sus obras, aunque en ellas exhibe destellos de su personalidad.
Tal vez, de forma inconsciente, usted ya conocía un poco de él; y si es así, realmente sabe de una joya que lo identifica.
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«Hombres con valor»
Román es el autor de la pintura «Hombres con valor», donde figura un bombero a quien se le fotografió tras un día donde combatió un incendio en La Tigra y otro en un mercado. También se perciben médicos en su labor de atención contra el COVID-19, y un par de policías, quienes prestan su apoyo ante la crisis.
Él denomina a ese retrato como su mejor pieza de arte. Asegura que simplemente apareció en el momento que el pueblo hondureño la necesitaba.
«No fue algo que me complació solo a mí. Se hizo viral y la gente logró captar la comunicación que yo quería dar. Es la más importante y que ha dejado un valor y conmovido al público», declaró.
«No sólo es mía, es de un montón de gente que la hizo suya. No solo los bomberos, la gente que la anda en sus perfiles, gente que a nivel nacional e internacional la ha compartido. Ha sido un éxito total», agregó.
Un niño travieso e interesado por la pintura
Su natalicio se registró un 16 de abril de 1979 (tiene 41 años) en Tegucigalpa. Su niñez no fue la más deseada; sufrió, de una forma u otra, la ausencia de una figura paterna y materna. Además, su familia en general no siempre la pasó bien. Los problemas estaban a la orden del día.
«Vengo de una familia con bastantes dificultades y limitaciones. Mi mamá tuvo que migrar cuando yo tenía 10 años, por lo que quedé solo, sin una figura paterna o materna. Mi papá desapareció desde que nací», relató sobre sus primeros años.
Cabe aclarar que su progenitora partió en búsqueda de mejores oportunidades económicas. Desde el sueño americano, protegió a su vástago con aportes monetarios, pero él, se desarrolló sin una cálida afectividad de sus padres.
Cuando era un pequeñuelo, decía a las personas que, cuando fuera grande, sería un ingeniero o un arquitecto. Quería estar involucrado en la edificación de casas o de algo más.
No obstante, su amor por la pintura brotó desde que era aquel niño curioso y travieso. «Pasaba travesiando y me llamaba la atención lo que hacía mi tío Ulises Rivera, quien era pintor. Él a todos los sobrinos nos enseñaba un poquito, pero yo tenía interés y al final fui quien lo desarrollé», contó Román.
Un talento innato
Un pilar de su formación académica fue la observación. En el tiempo que se forjó en la escuela y colegio, por donde sea perdía su mirada contemplando cosas que parecían insignificantes para otras personas. Al notarlo distraído, le veían con extrañeza.
«Mi etapa académica fue de mucha observación. Desde chiquito veía todo en las exposiciones y la gente me miraba raro. También observaba revistas donde salía tal vez un cuadrito o algún dibujo en la TV que siempre me llamaba la atención», comenzó recordando.
Y prosiguió: «La observación fue básica en mi formación y sigue siendo así, solo que ahora tengo la capacidad de interpretar lo que veo. Siempre mantengo esa mirada analítica en mi alrededor. Cómo y por qué funcionan las cosas siempre fue mi pregunta».
Siempre le gustó dibujar, pintar y colorear. Mas, cuando ya se dio cuenta que él tenía una destreza especial y que lo acompañaría en todo momento fue cuando estaba próximo a terminar su educación primaria.
«Cuando entré al sexto grado me di cuenta que era algo que estaría conmigo siempre. Empezaba a ganar concursos y miraba que hacer los dibujos para mí era muy fácil. Me llamaban hasta de otros cursos para hacer murales», describió.
Además, confesó a TIEMPO que considera que su habilidad artística es un talento innato. No obstante, aclara que es necesario pulirlo y «multiplicarlo». A su vez, apuntó que todos los seres humanos vienen con un talento diferente.
También cree que es cuestión de trabajo duro. «Hay pintores que yo considero que no tenían el talento, pero sí las ganas y lo lograron. Tienen el capricho de hacerlo», ejemplificó.
Con el tiempo se matriculó y se graduó de la Escuela Nacional de Bellas Artes con la promoción del año 1997. Asegura que ahí tuvo la dicha de tener maestros fantásticos, que le permitieron potenciar aún más su don para dibujar y pintar.
Román también remembró que, desde que era joven, comenzó a hacer tatuajes, una de las tantas expresiones artísticas en las que se puede desempeñar. Acotó que eso era muy mal visto en aquel entonces, porque esas imágenes plasmadas en la piel sólo eran para los presidiarios o drogadictos.
Su forma de hacer arte
«Mi arte está basado en las tradiciones y en el entorno que vivimos los hondureños desde hace por lo menos cien años al presente. De qué manera vivíamos o cómo vivimos actualmente. También cómo actúa la gente ante alguna circunstancia», así detalla Román sobre qué es su arte.
Además, externó que es un pintor acuarelista y fauvista. Los que siguen la línea fauvista son los artistas que utilizan muchos colores, tal como se observa en la naturaleza y la fauna animal.
Ese movimiento pictórico se desarrolló entre 1904 y 1908, y las obras relacionadas al mismo suelen tener tintes de espontaneidad y frescura.
Dado que Román radicó en etapas intermitentes de su vida en Estados Unidos, expuso que su trabajo se define por la influencia de muchos pintores de norteamérica. Señala que de esa área es de donde más ha aprendido y ha expuesto sus obras. Lo que él observa por esos lares, lo pinta, aplicándolo a la sociedad hondureña.
La técnica que lo identifica es la de pintar con acuarelas. Es solo uno de los tantos métodos en los que se desempeña con excelencia, pero sostiene dos porqués de que ese sea el que usa con más frecuencia.
«Primero, porque es como pintaba mi tío Ulises y él fue mi escuela básica. Dos, porque es la técnica más difícil que se me presentó, que me puso un obstáculo fuerte para cruzar y siempre me ha gustado llegar a otros extremos», expresó.
Aunque todos los días continúa con su aprendizaje basado en acuarelas, su conocimiento es vasto en muchas áreas. Seguido, listó algunas de las formas artísticas que maneja a la perfección: óleo, acrílico, carboncillo, pastel, colores, tatuajes, pirograbados, diseño gráfico.
Aún así, enfatizó que ninguna lo reta tanto como la acuarela, la cual, con agrado y dedicación, continúa estudiando. Su mundo está tan centrado en esa técnica que se le conoce popularmente como Román Watercolor. Watercolor es la palabra en inglés para acuarela.
«El precio del triunfo»
Para alcanzar la cúspide de la pintura hondureña no solo se encontró un trayecto ríspido. También se privó de diversiones, momentos de relajación y simplemente hacer otras cosas que habría querido. Se concentró y se sacrificó por su oficio. Denominó eso como «el precio del triunfo» y dilucidó qué significa.
«El precio del triunfo es que mientras otros están en un partido de fútbol, en ocio o diversión, uno trabaja duro. Y no es que todo eso sea malo, pero uno se priva de todas esas cosas, por el simple hecho de querer crear», precisó.
Como añadido, mencionó que hay quienes compran un buen carro con su dinero, pero que los artistas prefieren comprar libros y más materiales para exploración.
Román trabajó para varias agencias publicitarias. Respecto a sus sacrificios, historió que una vez dedicó varias horas extras de trabajo para estudiar cómo hacer un personaje, cómo caminaría y cuál sería su método para expresarse. En ese sentido dijo que los desvelos son parte de lo que dedican los artistas.
«Es el precio que unos no están dispuestos a pagar. Creen que haciendo un cuadrito, que salió medio bien, con eso la hicieron», sentenció.
¿Por qué no «artista»?
Como mencionábamos previamente, Román no se vanagloria llamándose a sí mismo artista. No tendría nada malo, pues se tiene bien ganado el honor, pero expuso las razones por las que se rehúsa al término.
«La palabra artista dejo que la gente la seleccione para mí si gusta. Me hace sentir egocéntrico. Yo me presento como un pintor acuarelista, que trata de hacer lo mejor para lograr tener un mérito, uno que sea atractivo para el público que pueda ser adquirido con frecuencia», comentó.
En virtud de lo anterior, dijo que el título de pintor sí tiene argumentos para presumirlo. Estudió color, dibujo, proporción y lo aplica en sus pinturas. «Ese oficio sí lo tengo y nadie me puede decir lo contrario, puedo demostrárselo a quien sea», aseveró.
Un «niño» de 41 años
Una vez conociendo los principios que rigen su arte, cabe destacar cómo se describe a sí mismo, más allá de su vasto conocimiento de los pigmentos de colores y demás.
«Watercolor» no deja atrás sus vivencias en El Pedregal y, bajo su humildad, continúa afrontando su vida como un infante, que seguirá persiguiendo sus metas.
«Soy un niño con 41 años de experiencia. No dejo de crecer y de soñar, de ser el mismo cipote que creció en las faldas de El Pedregal; lleno de tierra y soñador como siempre fui. Quizá ahora con más años y gordura», dijo.
El transcurso de sus años le permitió un sinnúmero de vivencias. En ese sentido, planteó una comparación de las distintas situaciones, pero que no cambian su esencia.
«He disfrutado en una hamaca, así como comiendo con congresistas en Estados Unidos. He viajado en avión, buque, tren, pero igual he andado en rapiditos, taxis colectivos y buses ‘narizones’. No voy a decir que ahora soy más persona que antes. Quizá ahora tengo un carrito sencillo, pero sigo siendo el mismo», sostuvo.
«Encontronazo» con los problemas
Al inicio, hacíamos alusión a la desunión familiar que vivió Román. Él afirma que ni tiene certeza en qué momento pasó todo ese rollo, pero que le despojó de varias cosas y le trajo con el tiempo más desafíos.
Su talento lo llevó a las agencias de publicidad más importantes. Era tanta su dicha de llegar a ese punto que compara la situación con jugar en el Olimpia, equipo de sus amores en el balompié nacional.
Sin embargo, cuando ocurrió la crisis política de 2009, la cosa cambió. Tenía un trabajo que poco a poco lo marginó y terminó vendiendo sus pertenencias y mudándose a San Pedro Sula.
«Quedé endeudado, sin capacidad de pago. Era una situación de si cancelaba las deudas o le daba de comer a mis hijos. Eran noches de muchas lágrimas. Dejé la ciudad donde pensé que tenía todo para avanzar (Tegucigalpa) y venir a la costa norte para bajar costos de vida», narró.
Perseverante, el conjunto de problemas no lo botó. Román siguió andando, trabajó, y actualmente está pagando sus deudas. Asegura que todo el trabajo que hizo previamente rindió frutos y ahora el público lo busca a él, y no al revés.
«Watercolor» cerró su entrevista con TIEMPO haciendo mención de sus hijos. Nada es más importante para él, y verlos a ellos bien es un sentimiento inigualable.
«La felicidad es poder ver a mis hijos que están creciendo alimentados, estudiando y trabajando. Tienen qué comer, tienen zapatos y ríen. Eso es un logro y nada me satisface más que eso. No puedo cambiar ni un millón de lempiras por ver un hijo sonreír», concluyó.
Desde las faldas de El Pedregal en Tegucigalpa, en la costa norte, en Estados Unidos o en cualquier parte del mundo, tenemos la certeza de que Román seguirá representando a Honduras con su singular talento. Enhorabuena por las acuarelas y un «niño» de 41 años, que es un ejemplo a seguir.
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