Por Rodolfo Pastor Fasquelle
¡No deja de ser contradictorio que la gran ciudad de San Pedro Sula se ufane tanto de su supuesta modernidad y se afane por construir más infraestructura con problemas nuevos, sin siquiera intentar enfrentar el problema de sus drenajes y aguas sucias, servidas y el de la destrucción de su entorno y principal recurso vital, el agua!.
No defiendo un mito. Yo no creo que Río Blanco fuera más sagrado que otro ni que conduzca a un destino específico. Solo era un río. Junto con el Manto Acuífero de Suncery que es otro río, subterráneo, el Río Blanco que nacía del Merendón atrás de Armenta, y se alimentaba con el escurrimiento de El Zapotal, formaba parte de un sistema hidráulico que acopiaba y conducía la rica formación de agua de la montaña, principal recurso natural de la ciudad. Ambos el Rio y el Manto hoy están en proceso de rápida degradación y desecamiento lo cual necesariamente repercute sobre nuestra calidad de vida presente y futura. Nos enferma y nos mata. Denuncio un peligro real, fatal.
RECLAMO A LA CONCIENCIA
Y cabe una advertencia. Esta denuncia es primero un llamado de atención, un reclamo a la conciencia de la ciudadanía, al buen gobierno y a los educadores. Fuera de suponer que -como dice una antigua máxima- el culpable del crimen suele ser el quien se beneficia y lucra con el, no sé quienes son todos los delincuentes, ni sabría como repartir entre ellos las culpas. Responsables hay muchos. En primer lugar empresas, una minera, constructoras y embotelladoras. Desarrolladoras urbanas, tontas e inteligentes. Fiscales del MP y autoridades municipales encargadas del Medio Ambiente. Alcaldes y regidores poco ilustrados en la ciencia de la ecología. Policías. Mineros de la arena, a quienes se concesiona el río y cavan cráteres y me amenazan por denunciarlos. Pobladores como dicen que se llaman y vecinos que lo llena de basura. Será tarea del periodismo serio investigar y deducir responsabilidad. Yo solo cuento lo que ha pasado. Hubiera querido no tener que ver. Por un minuto quise escurrir el bulto, evitar otro pleito. ¿Acaso no toca ya luchar y exponerse, a otros? ¿No estaba haciendo yo otra cosa?
Pero pues ahí están los hijos y los nietos y la nostalgia de un mundo mejor. Solo los ciudadanos pueden remediar este entuerto.
Este país y este paisaje están cambiando, pero para peor, a pasos gigantescos. La historia del río ilustra y cumple un compromiso con la comunidad, inconsciente del daño. Porque la gente absorta en lo suyo no ve lo que no le enseñamos. Yo estoy consciente de lo que ha pasado porque desde niño visitaba este sitio donde vivo que se llamaba La Coroza, al que me traía mi abuelo Roberto.
REVERTIR LOS DAÑOS
Por lo demás, muchas ciudades del mundo han pasado por etapas análogas y algunas han conseguido revertir el daño y restaurar sus ríos. Mientras que la destrucción de Río Blanco solo es la última de varias historias paralelas sampedranas. Antes fueron destruidos el Río El Sauce y el Río Bermejo, El Río Santa Ana y el Río Piedras, todos los demás ríos de San Pedro cuya agua la ciudad se trago incontinente y cuyos cauces fueron convertidos en cloacas y drenajes de veneno. El remoto Blanco era el último que quedaba.
Todavía a principios del siglo XX los sampedranos vivían a las márgenes de esos ríos que les daban –directo- el agua para beber y lavar. Y los nacimientos eran los principales sitios de recreo. Todavía cuando yo era niño, excursionábamos al Merendón los fines de semana del verano para bañarnos en las pozas, en las que después nos enamorábamos. Los españoles habían fundado a la ciudad entre estos ríos, precisamente por la calidad del agua que ahí surtía del Merendón y porque, a diferencia de los ríos Valle Abajo, estos caminaban en lo seco y estaban libres de cocodrilos. Eran ríos recién nacidos, pachos y tenían en su corto trayecto todavía poca flora y fauna que pudieran depredar los saurios.
Hasta 1974 el Río Blanco bajaba hasta la que fue la Hacienda del Juan López, el bueno (para diferenciarlo de un homónimo), el mayor ganadero y quesero asentada en el área entre ríos a la altura del Segundo Anillo Periférico Norte. Abajo de lo que hoy es La Colonia El Roble, el Río Blanco se metía por un cauce antiguo, poco profundo. Y en tiempos de abundancia de lluvia se llenaba y se explayaba por todos estos llanos de El Carmen. Aunque de ordinario retornaba rápidamente a su cauce mas profundo.
Pasaba luego bajo el puente que hoy día sigue ahí sobre un cauce seco, en el camino a la aldea de El Carmen, justo antes de llegar a Villas El Paraíso. El puentecito de solo cuatro metros todavía da fe de las dimensiones y de la historia, a un costado de la ruina de una antigua Curtiembre, que fue de B. Goldstein o de Calzados Naco, y que funcionaba con el antiguo sistema de grandes toneles giratorios de madera a los que se metían las pieles con el agua del Río y los taninos de cortezas, la que después se vertía de regreso al cauce y fue su primer contaminante. (La fábrica cerró hace mucho, treinta años.) Desde ahí el Río bajaba, sobre el manto subterráneo, hacia lo que hoy es la Rivera Hernández. Pero después del Huracán Fifí el curso del Río cambio, porque las obras de construcción de bordos cambiaron también su hidráulica y sus aguas contenidas se dirigieron hacia la Laguna del Carmen.
EN 1985 RIO BLANCO ERA UN RIO
Cuando vine yo a residir aquí en 1985, justo después de la construcción de la Colonia El Roble y poco antes de que se edificara Los Castaños, el Río Blanco todavía era un río. Tenía la fauna de un río, las garzas, grises, blancas y rosadas, las tortugas. Era el único río limpio que le quedaba y las ordenanzas de la ciudad lo protegían, prohibiendo que se vertieran en el las aguas negras de los nuevos poblamientos. La gente respetaba la ley o lo intentaba y buscaba recanalizar sus desperdicios. Ocasionalmente, un delincuente se aprovechaba de la poca vigilancia, pero en cuanto se le descubría, se le obligaba a corregir. Y la propia ciudad invertía en obras de protección del Río, como se hizo -un poco a su pesar- cuando hacia 1995 Roberto Elvir Z. dirigió el Medio Ambiente. De modo que el río se ensuciaba pero luego se recuperaba. Hoy no queda casi nada. Solo un cauce encharcado. Yo vivo en un cerrito a la orilla del Río Blanco, abajo. Lo huelo y veo cuando secretamente le descargan cloacas. Me conmueve ver que su creciente acarrea toneladas de plástico descartado.
La responsable directa de remediar esa situación es Aguas de San Pedro pero esa empresa -prepotente en el cobro- nunca se toma en serio su obligación de proteger. Bombea el agua del Acuífero sin preocuparse de la contaminación que provoca la destrucción del Río, dando la espalda a las obras necesarias, se desgañita defendiendo el manto. Pero no se puede proteger el Manto sin proteger el Río Blanco que agoniza. La autoridad que tiembla ante sus abusos y demandas no parece capaz de exigirle su cumplimiento, ni menos vigilar que los responsables directos cumplan con las leyes, y paguen las consecuencias, de modo que sea más barato conservar que botar la inconsciencia al río.