REDACCIÓN. Los nombres propios en castellano no solo van acompañados de diminutivos sencillos de entender, algunos de ellos no guardan, aparentemente, demasiada relación con el nombre original.
A esto además se suma que la mayoría de los diminutivos cariñosos, llamados hipocorísticos, ya se usaban con otras personas mucho antes de que naciésemos, por lo que el proceso de creación se nos escapa. ¿Cuál es su verdadero origen? Para tratar de averiguarlo se habló con Jairo Javier García Sánchez, profesor de Filología de la Universidad de Alcalá.
Buena parte de los nombres más populares en castellano tienen una abreviatura coloquial. ¿Hay alguna referencia temporal que determine en qué momento histórico empezamos a utilizarlas?
Los hipocorísticos son casi tan antiguos como los propios nombres. Los romanos usaban ya diminutivos afectivos, del tipo «Tulliola», utilizado. Por ejemplo, por Cicerón para llamar a su hija (Tullia), y los griegos harían otro tanto. No en vano, el mismo término «hipocorístico» procede del griego, y tiene el valor etimológico de «sub-acariciante», esto es, «cariñoso» en definitiva.
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Origen
En origen, estos nombres diminutivos y abreviados, de carácter afectivo, comenzarían aplicándose a niños. Esos niños, al crecer y hacerse adultos, mantendrían en muchos casos esos nombres afectivos, y esa sería la forma de propagación y mayor difusión de los hipocorísticos entre las personas adultas o mayores. De hecho, así sigue sucediendo todavía en buena medida.
Hay muchísimos ejemplos de nombres en castellano con hipocorísticos, ¿a qué fenómenos del lenguaje se pueden atribuir estas formaciones?
Los hipocorísticos tienen un importante componente de afectividad y expresividad, y responden bien, por ello, a las características del lenguaje familiar y coloquial, en el que propiamente han surgido.
La derivación diminutiva, pero a su vez la economía expresiva que lleva al acortamiento y, generalmente, al bisilabismo (mediante aféresis, apócopes, o incluso acronimia), así como la reduplicación consonántica y en ocasiones también vocálica– ligada a esa estructura silábica bimembre, son algunos de sus rasgos más reconocibles.
Nombres como «Enrique» que terminan derivando en «Quique» («Kike») muestran, por ejemplo, aféresis (supresión de sonidos en la parte inicial de la palabra); y bisilabismo con reduplicación consonántica. El paso de «María del Carmen» a «Mamen» es un buen ejemplo de acronimia (unión del principio de una palabra y el final de otra), incluyendo igualmente bisilabismo y reduplicación consonántica.
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