SAN PEDRO SULA, HONDURAS. Las vueltas de la vida, su disciplina, entusiasmo, tenacidad y perseverancia lo convirtieron en un destacado chef que ha alimentado y hecho feliz a través de sus platillos a centenares de personas en Estados Unidos.
Nació en Dulce Nombre de Culmí, Olancho, pero con tan solo un añito de vida, sus padres se separaron, y en medio de aquel hogar desintegrado quedó él junto a su hermano.
Ambos necesitaban vestirse, comer, medicarse, así como cubrir otras necesidades y en un país de pocas oportunidades. La madre, “con mucho dolor”, tomó la decisión de salir de su natal Honduras, en busca del “sueño americano”.
“Con dolor en el alma mi mamá se vino, ella no nos quería dejar a mi hermano y a mí, pero así son las cosas”, cuenta ahora este hombre que lleva por nombre Nelson Banegas.
Tiene 30 años y dice que su mamá fue padre y madre al mismo tiempo. “Yo conocí a mi papá hasta los 17 años. Yo no me crie con mi papá y mi mamá aunque no estuvo físicamente, nunca nos faltó nada”, relató el hondureño.
Cuando la apesarada madre emprendió la travesía, los pequeños quedaron con papá, pero ante el descuido y la ausencia de responsabilidad, los pequeños fueron llevados hacia Puerto Cortés para estar al cuidado de su abuela.
Y fue en esa ciudad que Nelson recuerda que vivió su niñez, recibió el amor de su familia y estudió hasta cierto nivel de escolaridad.
Sin embargo, pasaron los años y aquel niño se convirtió en un adolescente y aunque en cuestiones materiales nada le faltaba, en su vida había una ausencia: su mamá. Con mucho esfuerzo y trabajando arduamente, su madre reunió el dinero y decidió llevarse a Nelson.
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¡Lo logró! El catracho llegó a Estados Unidos
Fue así como el 24 de febrero de 2007 se convirtió para Nelson en una fecha inolvidable en la que su vida da un giro de 180 grados. Desde ese momento, además de dejar atrás su tierra natal, Honduras, también abandonó la mayor parte de su familia, amigos, lugares y todo aquello que lo acompañó hasta los 16 años.
El hondureño pisó tierras norteamericanas y debía no solo adaptarse a una nueva cultura y estilo de vida, estaba obligado a aprender un nuevo idioma y a empezar de cero. Pero no todo era malo, pese a ser un migrante, estaba en “el país de las oportunidades” y mejor aún, en compañía de mamá.
“A mis 17 años yo comienzo a estudiar, pero a veces cuando uno es joven comete errores y a la larga te arrepientes. Yo no pude terminar mi High School, debido a problemas de rebeldía y solo fui dos años, pero también trabajaba”, reconoce.
Como todo hondureño que llega a Estados Unidos, el chico debía trabajar, pero también estudiaba. Para su suerte, su primer empleo fue en un club de golf, un sitio en el que “solo por medio de contactos podría entrar”, pero él tuvo las puertas abiertas.
El comienzo de la aventura en la cocina
El jovencito rebelde tenía trabajo en uno de los clubes de golf más exclusivos de la ciudad, pero siendo un migrante, no había más que un puesto para lavar platos. ¿Quién lo diría?, aquella losa blanca y una mesa llena de ollas sucias y llenas de grasa, no lo vencieron; por el contrario, fueron el numen para dar el siguiente paso.
Todos los días, Nelson debía viajar aproximadamente 30 minutos como recorrido de casa a su centro de trabajo y sin tener un vehículo, debía pagar taxi. El costo era un tanto elevado y su sueldo se veía afectado, hasta que logró hacerse amigo de sus compañeros y hubo quien le “diera jalón” a cambio de un par de billetes verdes (dólares).
“Estuve lavando platos durante varios meses, pero luego, entre tanto, vinieron las oportunidades. Dios me dio la oportunidad de hacerla de ensaladero, pero siempre lavando platos”, narró.
En ese momento, Nelson ya había subido un peldaño, y “el arte iba naciendo a medida iba subiendo de puesto”. Explicó que si quería seguir escalando debía aprender y esforzarse el doble para que lo pudieran tomar en cuenta. Su interés y actitud con que hacía cada cosa lo llevó a que una noche lo llamaran para desempeñarse como ayudante de cocinero.
La fortuna dio paso a la metamorfosis
Para suerte del hondureño aprendiz, el cocinero dejó su puesto y ahí estaba su oportunidad; podía tomar la batuta de la cocina o seguir solo ayudando a otro. Rememoró que con un tanto de temor, aceptó y oficialmente ya era cocinero. Diez años más tarde salió en busca de nuevas oportunidades.
En el camino, chef experimentados le enseñaron que más que un sueldo, debía luchar por un puesto y una carrera de renombre. Tomó consejos y en 14 años que Banegas tiene de estar en el país del norte, únicamente ha tenido tres trabajos, pero con gran experiencia.
El reconocido chef, actualmente trabaja deleitando a centenares de personas desde la exclusiva cocina de un club de golf en Bronxville, New York,y se siente totalmente orgulloso de sus logros porque «me eduqué bastante y sigo aprendiendo», refirió. Asimismo, afirmó que “no todo ha sido color de rosa”, pero agradeció a Dios por todas las bendiciones.
Desde la cocina para el mundo
Digno de ser hondureño, Nelson es aguerrido, luchador, visionario y en el buen sentido de la palabra, ambicioso. El cansancio de las largas jornadas de trabajo no lo detienen y además de buscar posicionarse como uno de los mejores chef en el mercado estadounidense, también busca hacer historia en el arte culinario.
En 2019 participó en el concurso International Sous-Vide Day, con el cual se llevó a casa el segundo lugar con el platillo llamado «Sous Vide Chicken Rouladewith Au Jus and Grilled Asparagus«.
Este año su aspiración es más grande; Nelson no subestima sus capacidades y sabe que puede volar aún más alto. Recientemente hizo un casting en Or Auditions, lo que lo llevó a formar parte de los episodios de la competencia internacional Fire Masters, en Canadá, que se transmite en la cadena Food Network.
El compatriota, que con orgullo alza la bandera de las cinco estrellas, está llevando su arte y sazón a la tierra de los canadienses. No obstante, a través de una pantalla, a partir del 01 de julio podremos ver en acción al catracho, quien participa por el internacional e importante título de «Fire Masters» y diez mil dólares.
¿Qué metas y sueños tiene Nelson?
“Deseo seguir creciendo con la misma ambición y mismas metas, llegar a obtener más logros, seguir aprendiendo y concursando para crecer aún más”, repasa Nelson sobre sus expectativas a futuro.
“Como decimos los hondureños: ‘sin miedo al éxito’. Si nos caemos nos levantamos y seguimos luchando hasta lograr nuestros sueños”.
El hondureño no descarta la idea de que un día pueda llegar a tener su propio restaurante, pero mientras tanto, aspira a seguir subiendo peldaños. Y es que, para Nelson, en el mundo de la gastronomía, lo importante es no perder la pasión por la cocina.
“Uno deja el alma, deja todo por los platillos”, refirió. Además, el entrevistado, con mucha seguridad, dijo que cuando hay pasión por lo que se hace, no importan las horas de trabajo, porque al final por los resultados valen la pena.
Si pudiera retroceder el tiempo, ¿elegiría nuevamente esta profesión?
“¡Lo volvería a hacer! Amo el arte culinario y esta es la forma en que uno expresa todo lo que uno quiere transmitir. Es como cualquier pintor que con su pintura transmite su arte, pero nosotros lo hacemos a través de la comida”, concluyó este catracho ejemplar.
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