REDACCIÓN. Los carros eléctricos a batería (VEB) fueron unos de los primeros automóviles de la historia. El empresario escocés Robert Anderson inventó el que sería el primer y rudimentario vehículo eléctrico entre 1832 y 1839.
Gracias a las mejoras del diseño de los acumuladores que efectuaron los franceses Gaston Plante (1865) y Camille Faure (1881), empezó a aumentar el número de VEB, sobre todo en Gran Bretaña y Francia. La idea de un futuro automovilístico ya estaba cautivando e inspirando la imaginación de la gente: en Estados Unidos ya se habían publicado más de 30 libros sobre automóviles antes de 1850.
En 1899 tuvo lugar un acontecimiento de gran trascendencia, cuando el famoso piloto Camille Jenatzy estableció un nuevo record de velocidad en tierra en el extrarradio de París en su descapotable eléctrico con forma de bala, La Jamais Contente. Fue el primer carro que batió el record de la milla por minuto al alcanzar los 105 kilómetros por hora.
La Detroit Electric Car aprovechó el temprano entusiasmo por el auto eléctrico y en 1907 comenzó a producir VEB propulsados por baterías de plomo-ácido recargables. Tanto Thomas Edison como, curiosamente, Henry Ford invirtieron en la empresa, convencidos en que los VEB tenían un gran futuro.
En 1911, Edison también incorporó sus baterías de niquel-hierro a la flota de vehículos en producción. Se decía que los vehículos podían alcanzar los 130 km/h con una única recarga, aunque la velocidad máxima rondaba en torno a los 32 km/h. Sin embargo, es posible que se considerara suficiente para circular por la ciudad en aquella época.
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Una mejor idea
Sin embargo, factores como el desarrollo del motor de combustión, la aparición de la cadena de montaje con el Ford modelo T, y la irrupción del petróleo barato dieron predominancia al vehículo de gasolina
Pero fue la Primera Guerra Mundial la que firmó la sentencia de muerte definitiva del vehículo eléctrico. El motor de combustión interna fue decisivo para la mecanización de la guerra. La velocidad, la durabilidad y la potencia en el campo de batalla eran fundamentales para los nuevos tipos de contienda.
El motor de combustión interna y el vehículo de acero ganaron dos guerras: una en suelo europeo y la otra en el potente mercado automovilístico estadounidense. Después de esto, la producción norteamericana de automóviles surgida de una serie de causas relativamente secundarias condujo a la dominación de la propulsión basada en el petróleo.
Esta tendencia comenzó en Estados Unidos, después se extendió al oeste de Europa y más tarde al resto del mundo.
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