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jueves, noviembre 21, 2024

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Redacción.- Veintitrés días después de que su hija y su nieta salieran de su casa en Tegucigalpa, Honduras, Sandra López recibió una llamada para enterarse de que éstas habían sido secuestradas y que tendría que pagar una importante suma de dinero si quería volver a verlas con vida.

Su hija, Rosa, emprendía el peligroso viaje por tierra hacia Estados Unidos en busca de trabajo cuando la secuestraron en México. En ese momento, la mañana del 23 de noviembre de 2021, ella y su hija de 6 años se sumaron a las miles de personas que han desaparecido en las rutas migratorias hacia el norte.

“Cuando me llamaron estaba aterrorizada”, comenta la madre de Rosa. “No podía dormir, no podía comer, no podía hacer nada. Estaba desconsolada”.

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Rosa llevaba más de un año desempleada tras haber perdido su trabajo en una fábrica textil debido a la pandemia de COVID-19. Su plan era reunirse con el padre de su hija en Estados Unidos y trabajar para mantener a su madre, que es discapacitada.

Cuando López se enteró de que ambas estaban secuestradas, se sintió impotente. Los secuestradores la acosaron varias veces al día por WhatsApp, pidiéndole 10 mil dólares de rescate. “Les dije que era una madre soltera, que vivía en una casa que no era mía, que era discapacitada y que utilizaba una silla de ruedas. ¿De dónde iba a sacar el dinero?”

hondureña secuestrada
Cada año, entre 130 mil y 150 mil personas intentan llegar a Estados Unidos, según organizaciones.

“Me dijeron: ‘Si no puedes pagar, haz algo. Vende tus órganos para pagar por tu familia. Si no lo haces, no existirán en este mundo”.

Ante esta situación y la poca ayuda de las autoridades, López contactó a Eva Ramírez, quien fundó el Comité de familiares de migrantes desaparecidos Amor y Fe, un grupo de personas que tienen familiares desaparecidos. Durante 23 años ha creado una red de activistas, periodistas y organizaciones de la sociedad civil en toda América Central que ayudan a buscar a personas desaparecidas.

Ramírez les aconsejó a López y a su yerno en Estados Unidos que les exigieran a los secuestradores una prueba de vida. Después, cuando ambos lograron juntar el rescate pidiendo dinero prestado a amigos y vecinos, Ramírez les dijo que les pidieran a los secuestradores que dejaran a Rosa y a su hija con el servicio de migración en la frontera entre Estados Unidos y México.

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Solo en Honduras hay 3 mil 500 personas registradas como desaparecidas, según los cinco comités que se crearon en el país para rastrear a los desaparecidos.

López y su yerno enviaron el dinero a través de una transferencia bancaria y esperaron ansiosos.

“Los llamé todo el tiempo, pidiéndoles que liberaran a mi hija y a mi nieta”, comenta López. “Les rogué que las entregaran a migración. Yo lloraba. Sabía que no estaban bien, no les daban comida y las hacían dormir en el piso a temperaturas bajo cero”.

Tres días después, el 8 de diciembre, le dijeron que ya estaban libres. El 15 de diciembre las deportaron a Honduras.

Rosa ahora está a salvo. Su madre llora cuando recuerda todo lo que vivieron. No ha podido devolverle el dinero a las personas a las que se lo pidió prestado. “Quiero intentar irme a Estados Unidos otra vez”, dice Rosa. “Sé que es peligroso, pero he estado buscando trabajo y no lo encuentro”.

Fuente: La Lista


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