La vida sin olfato es mucho más difícil de lo que parece, pues la anosmia, un síntoma que hasta hace dos años era desconocido por muchos, ha ganado popularidad en el contexto de esta pandemia (aún en curso), y se convirtió en una de las manifestaciones más claras del COVID-19.
Antes de la pandemia, este sentido químico se marginaba, incluso por los profesionales de la salud, a diferencia de la vista y la audición (sentidos físicos). El sentido del olfato llegó a recibir el nombre de “sentido mudo”. Esto sucedió a pesar de que se sabe que está presente desde que hay vida en la Tierra, hace unos cuatro mil millones de años.
Según datos proporcionados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), hasta el año 2019, el 5 % de la población mundial sufría de anosmia (falta total del olfato). Tras la pandemia por coronavirus, actualmente su incidencia se ha multiplicado.
Las personas que dan positivo por coronavirus y solo tienen anosmia, sin otros síntomas asociados, suelen padecer una forma leve de la enfermedad. La pérdida del olfato está presente en alrededor del 60-70 % de los pacientes con COVID-19 y si bien la gran mayoría lo recuperan, alrededor de una cuarta parte continúa con problemas.
Por otro lado, la anosmia fue disminuyendo con la aparición de nuevas variantes. En términos de alteraciones del olfato, la variante más agresiva fue la delta.
¿Cuántas personas sufren de anosmia?
En la actualidad es difícil saber exactamente cuántas personas sufren de anosmia a causa del coronavirus. Lo que sí se sabe con certeza es que hay pacientes con cuadro post COVID que concurren a la consulta esperando con ansias el regreso del olfato y el sabor, con momentos angustiantes y de aislamiento o depresivos en forma alternada.
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Estas personas, en primer lugar, buscan información en internet, escuchan a amigos y conocidos con experiencias similares y realizan múltiples consultas médicas con diferentes especialistas. Esto se debe a que el tratamiento de las alteraciones del olfato tiene un enfoque multidisciplinario. La persona afectada tiene la necesidad de encontrar una respuesta, una solución o quizá encontrar a alguien que entienda lo que le está sucediendo.
Esto es más grave aun cuando, al cabo de unos meses de haber transitado por la enfermedad, ocurre la reconexión o llegada de los olores al rinencéfalo, que es la zona del sistema nervioso central donde se huele.
Esta reconexión aparece como una disosmia, que es la alteración de la calidad de los olores. Se manifiesta con una percepción distorsionada de los olores, las personas refieren oler feo, que ciertas comidas o bebidas saben a podrido; el testimonio más común es que el café sabe espantoso. Lo mismo sucede con las carnes, los huevos y la cebolla. Esto tiene una enorme repercusión negativa en la calidad de vida.
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