HONDURAS. Para quienes sufrieron los impactos directos de los huracanes Eta e Iota, las lágrimas, los suspiros y el miedo vuelven cuando recuerdan la devastación de hace un año.
A los habitantes de la aldea La Reina, departamento de Santa Bárbara, les ocurre precisamente eso, y no es para menos, pues un enorme deslave de tierra dejó sepultados sus hogares. Pese a las circunstancias, hoy, 12 meses después, han resurgido de los escombros.
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Los pobladores de la comunidad observaron en primera fila un verdadero ejemplo de «devastación». Las lluvias debilitaron el terreno y un enorme alud se vino abajo.
¿Se imagina algo así? Luego del derrumbe, las láminas de zinc sobresalían de la tierra, mientras que los pedazos de bloque, algunos troncos de manera y demás utensilios estaban sepultados.
Aunque afortunadamente no hubo pérdidas humanas, cientos de pobladores quedaron sin siquiera otra camisa para vestir. Salieron con lo que andaban puesto, sin pensar en más.
Los recuerdos vuelven a la memoria al observar el sitio de la tragedia, al mirar los vídeos que circularon en su momento.
«Resiliencia» es una palabra que define perfectamente a los habitantes de la aldea santabarbarense, puesto que, pese a las adversidades, nunca desmayaron. Hace un año que sus vidas cambiaron por completo, hace un año que más de 300 viviendas fueron «tragadas» por la tierra.
A principios de noviembre del año 2020, a Honduras la azotó el huracán Eta, de categoría 4. Tres semanas después, Iota, de categoría 5, un fenómeno catalogado como «catastrófico» y «extremadamente peligroso» por el Centro Nacional de Huracanes (NHC), que acabó con lo poco que dejó en pie el primero.
Isabel Mejía era la chef de la comunidad. Vendía empanas y pollo con tajadas. Hacía poco tiempo que había comprado (”con muchos esfuerzos”) un horno de leña, con el que había añadido tamales al menú.
Las noches de la primera quincena de noviembre sonaban a «retumbos y tormentas». Llovió diez días sin parar. Era la segunda vez en la vida de esta mujer que presenciaba algo parecido. “La última vez fue hace 30 años, cuando parí a mis gemelos”, contó a EL PAÍS.
El domingo 22 de noviembre del 2020 decidió dejar su vivienda. Le dijo a su marido que o salían «o se los comía la tierra». Sus hijos se quedaron cuidando las casas, por miedo a que alguien entrara a hurtar, pero dos días después, el descontrol era absoluto y el derrumbe inminente.
Las pertenencias de casi 1,400 vecinos están bajo tierra casi un año después. La situación de la comunidad atrajo en su momento la ayuda humanitaria de organizaciones como Oxfam y la Diputación Foral de Bizkaia, quienes apoyaron con transferencias de efectivo para alimentos, artículos de higiene, entre otras cosas.
En mayo entregaron una dotación económica de 17 euros por miembro familiar y en julio otra de 150,56 euros para «reactivar los medios de vida». Atendieron a 197 familias, las más vulnerables.
Sin embargo, conforme han ido pasando los meses, la población local lamenta que «ya no llegan ayudas». Además, que el único plan de reubicación esté a unos 10 kilómetros. «Allá no tenemos dónde cultivar», repiten los ciudadanos.
Esta nueva zona, que recibe el nombre de La Esperanza-San Francisco de Asís, fue devuelta al Gobierno, tras la insistencia y el empeño de encontrar alternativas del padre Leopoldo Serra, una figura algo reconocida en La Reina.
El proyecto, supuestamente, se dialogó con los narcos que se habían adueñado irregularmente del terreno para que la desalojaran y que, aunque hubo una etapa en la que los lugareños y el propio cura fueron amenazados y temieron por su vida, «se llegó a un acuerdo».
En estas tierras existe un plan de construcción de 290 casas que financiará el Gobierno de Honduras y donará a los damnificados de La Reina y otras cuatro comunidades. Aparte, fueron subvencionadas con fondos de la Iglesia y USAID, según aseguró Serra.
«Aunque, sinceramente, me preocupa que estas casas del Gobierno nunca se terminen de construir por temas políticos. El objetivo era acabarlas a fin de año y creo que para entonces no superarán las 50 viviendas», precisó.
Un antes y un después de la Reina:
Teresa Sarmiento, alcaldesa de Protección, Santa Bárbara, municipio del que depende la comunidad, reconoce que se han visto «colapsados».
«Hemos llegado hasta donde hemos podido, pero no contamos con los recursos ni la logística para reubicar a todas las familias afectadas”, relató a Noticias AP.
Para la mayoría de vecinos, mudarse a La Esperanza, San Francisco de Asís, no es una opción, pues no les renta para vivir. Ellos deben sembrar y no ven factible hacerlo en el nuevo sitio; pero, quienes se quedan, corren un enorme peligro.
Los expertos subrayan que «es una zona que definitivamente no se debería habitar y menos con un deslizamiento activo». Este es ya un pueblo fantasma. Los pocos vecinos que se atreven a llegar no aguantan las lágrimas ni la nostalgia, expresan las personas.
Para Karen Caballero, voluntaria en la guardería del pueblo, lo más difícil es el desarraigo tan fuerte a esa aldea. «Antes le daba clase a 30 niños todos los días. Pero la mayoría se fueron porque sus papás andan alquilando en otros sitios o no tienen para venir. Ahora solo cuido de 14 y una vez a la semana. Se acabarán mudando de La Reina», exclamó.
La vegetación se está apoderando ya del sitio. Algunos lugareños siguen apareciendo por las laderas a buscar sus pertenencias, otros recogen pedazos de madera para «aprovechar la ida» y regresan con el suspiro en la boca.
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